El regreso de la sonrisa



Era una mañana soleada en la escuela primaria del barrio. Miguel, un niño de diez años, llegaba saltando, con una gran sonrisa en el rostro. Siempre era el primero en llegar y el último en irse, porque le encantaba pasar tiempo con sus amigos.

"¡Hola, chicos!" -gritaba Miguel al cruzar la puerta del aula.

Pero un día, todo cambió. Miguel se despertó sintiéndose un poco diferente. Aquella mañana decidió no levantarse corriendo como de costumbre. No tenía ganas de quedarse mirando por la ventana, y cuando llegó a la escuela, no se sintió como él mismo.

"¿Todo bien, Migue?" -le preguntó su mejor amigo, Tomás.

"Sí, sí, todo bien" -respondió Miguel, pero su voz sonaba apagada.

De un día para el otro, Miguel dejó de sonreír. Ya no reía con sus amigos ni se reía de los chistes de la profesora. Se alejó, comenzó a jugar solo y no participaba en los juegos del recreo.

"Miguel, ¿querés venir a jugar al fútbol?" -le preguntó Ana, una compañera del aula.

"No, gracias" -respondió él, sin mirar a nadie, con la cabeza gacha.

Los días pasaron, y la atmósfera de su grupo de amigos se tornó triste. Se preocupaban por él y no sabían cómo ayudarlo. Un día, Tomás decidió hablar con la profesora María.

"Señora María, ¿puede hablar con Miguel? No lo vemos sonreír desde hace tiempo. Nos pone tristes" -dijo Tomás entre nervios.

"Claro que sí, Tomás. A veces las personas pueden pasar por momentos difíciles. Necesitamos mostrarle que siempre estamos aquí para él" -respondió la profesora.

La profesora María, con su voz suave y cálida, se acercó a Miguel después de clase.

"Miguel, ¿te gustaría hablar? Noté que no has estado muy animado últimamente" -le preguntó con amabilidad.

"No sé, señora. Ya no me divierto como antes" -dijo Miguel, sintiéndose un poco incómodo.

"Está bien, todos pasamos por momentos así. ¿Te gustaría contarme qué es lo que te preocupa?"

Miguel, después de un rato, decidió abrirse un poco.

"Es que… no sé. A veces siento que no soy tan divertido como antes. Mis amigos son geniales, y tal vez me da miedo no ser suficiente para ellos" -admitió.

La profesora sonrió comprensivamente.

"Miguel, tú eres especial tal como eres. No se trata de ser el más divertido, se trata de ser tú mismo y de disfrutar los momentos que pasas con tus amigos. Tal vez en vez de pensar en lo que crees que faltaría, te enfocaras en lo que ya tienes" -le sugirió.

Aquella conversación encendió algo en Miguel. Decidió darle una oportunidad, intentaría volver a ser como era antes.

Al día siguiente, Miguel llegó un poco más animado.

"¡Hola, chicos!" -saludó a sus amigos, tratando de recordar su alegría.

"¡Miguel!" -exclamó Ana, sonriendo.

"¿Vamos a jugar al fútbol?" -dijo Tomás.

Con incertidumbre, Miguel aceptó la invitación.

"De acuerdo, pero solo si prometen no reírse si la cago" -bromeó, y esa risa salió de su pecho con más fuerza que nunca.

Durante el juego, Miguel empezó a disfrutar. Altas jugadas, risas y un par de goles lo hicieron sentir vivo nuevamente. Desde ese momento, poco a poco Miguel empezó a recuperar su alegría.

Luego de unos días, Miguel se dio cuenta de que no necesitaba ser perfecto para disfrutar.

"Gracias, chicos, por estar siempre ahí" -les dijo un día.

"Siempre, Miguel" -respondieron al unísono. Las risas y juegos regresaron, y la sonrisa de Miguel también.

Y así, Miguel aprendió que es normal tener momentos bajos, pero siempre hay alguien dispuesto a escuchar y ayudar. La amistad y la comprensión son las mejores medicinas. Al final, aprendió a ser él mismo y a disfrutar de cada día, sin temor a no ser suficiente.

Con el tiempo, Miguel se convirtió en un verdadero faro de alegría en su escuela. No sólo había recuperado su sonrisa, sino que además se había convertido en un niño más fuerte y seguro de sí mismo, recordando siempre que compartir momentos con sus amigos era lo más importante.

FIN.

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