El reino de José



Había una vez, en un pequeño village en el corazón de un valle verde y brillante llamado Valle del Sol, un niño llamado José. José era un chico soñador con una gran imaginación, que siempre pasaba sus días explorando la naturaleza y hablando con los animales. Su mayor deseo era convertirse en rey de un reino mágico.

Un día, mientras paseaba por el bosque, José encontró un viejo libro de cuentos. "Este libro habla de un reino mágico donde todos los deseos se hacen realidad", pensó emocionado. Sin dudar, decidió que ese sería su día para convertirse en rey. Se sentó bajo un gran árbol y cerró los ojos, deseando con todas sus fuerzas ser el rey de aquel reino.

De repente, todo a su alrededor empezó a brillar, y ¡puf! José se encontró en un lugar increíble. Había un castillo gigante, flores con colores brillantes y un cielo azul que jamás había visto.

"¿Dónde estoy?" - se preguntó.

En ese instante, apareció un pequeño duende llamado Tico.

"¡Bienvenido al Reino de José! Soy Tico, tu amigo y asistente. Aquí, tú eres el rey."

"¡Wow!" - exclamó José con los ojos brillando de asombro.

"¿Qué debo hacer?"

"Como rey, tendrás que tomar decisiones importantes para ayudar a todos los habitantes del reino…" comenzó Tico, pero antes de que pudiera terminar, se escuchó un gran alboroto.

Al acercarse, vieron a un grupo de conejos grises llorando. José no podía entender lo que sucedía.

"¿Por qué lloran?" - preguntó preocupado.

"¡No hay zanahorias en nuestro bosque! ¡Estamos hambrientos!" - respondió uno de los conejos.

José, sintiendo el deseo de ayudar, rápidamente dijo:

"No se preocupen. ¡Haremos un gran jardín de zanahorias!"

Tico lo miró sorprendido.

"Eso tomará tiempo y esfuerzo…"

"No importa, juntos podemos hacerlo. ¡Se lo debemos a los conejos!"

Así, José y Tico comenzaron a trabajar codo a codo. Llamaron a todos los habitantes del reino y juntos cavaron, sembraron semillas y regaron el jardín. Con el paso de los días, las zanahorias empezaron a crecer en abundancia, y pronto, el llanto de los conejos se convirtió en risas.

"¡Gracias, rey José!" - dijeron los conejos, llenos de gratitud.

"No soy solo yo, somos un gran equipo" - sonrió José.

Sin embargo, no todo era color de rosa. Un día, José escuchó a Tico hablando en voz baja con un búho sabio.

"Es que el Dragón de Fuego está causando problemas en las montañas. Tiene miedo de que le quiten su hogar, pero ¿qué podemos hacer?"

José se preocupó.

"¿Podemos hablar con él? Tal vez no esté tan enojado como parece."

"No muchos se atreven a hacerlo, pero tú como rey deberías intentarlo" - propuso Tico.

Lleno de valor, José se dirigió a la montaña. Cuando llegó, vio al Dragón de Fuego humeando y gruñendo. José sintió un poco de miedo, pero respiró hondo y dio un paso adelante.

"¡Hola, Dragón!" - gritó.

El dragón dejó de moverse y se giró hacia él.

"¿Qué quieres, niño?" - preguntó con una voz profunda.

"Soy José, el rey de este reino. He escuchado que estás molesto. ¿Puedo ayudarte?"

"¡Nadie me entiende! Solo quiero proteger mis montañas y no quiero que me quiten nada" - respondió el dragón, soltando una pequeña llama.

"Entiendo que tienes miedo. Pero, ¿qué pasaría si construimos un lugar donde puedas estar a salvo y los demás puedan disfrutar de las montañas?"

El dragón lo miró con curiosidad.

"¿De verdad harías eso?"

"Sí, todos en el reino se beneficiarían. Además, podemos hacer un festival donde todos se sientan bienvenidos en el reino".

El dragón pensó por un momento y, finalmente, asintió.

"Está bien. Haré un trato contigo, José. Pero quiero que cada uno en el reino respete mi hogar".

"¡Trato hecho!" - dijo José aliviado.

Así, José llevó a cabo su promesa. Juntos, construyeron un gran espacio en la montaña donde el dragón podía quedarse tranquilo y también invitar a todos a disfrutar de la belleza del lugar. Se llevó a cabo un gran festival en el que todos celebraron la amistad y la solidaridad.

Al final del día, José se sintió orgulloso.

"Gracias, Tico. Hoy aprendí que ser rey significa cuidar de los que nos rodean y escuchar sus preocupaciones".

"Así es, amigo. Recuerda siempre que la verdadera fuerza de un rey radica en su corazón".

"¡Sí! Y en amar a su reino" - añadió José con una sonrisa.

Una vez que todo se calmó, José sabía que era momento de volver a su hogar. Con un parpadeo, el castillo y el reino desaparecieron, y se encontró nuevamente en el bosque, con el libro en la mano.

"Puede que no sea un rey de un reino mágico, pero puedo ser un rey en mi propia vida haciendo el bien" - pensó.

Y así, José regresó a su casa con una lección invaluable: ser un buen líder comienza por ser una buena persona que escucha, atiende y comparte. Esa noche soñó con nuevas aventuras, sabiendo que siempre tendría un lugar especial en su corazón para el “Reino de José”.

FIN.

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