El Reino de la Felicidad



—¡Mirad qué bello es el día! —exclamó Coral mientras señalaba el horizonte lleno de colores brillantes.

—¡Sí! —respondió Salvi—. El jardín de flores ha florecido aún más. ¡Los colores son increíbles!

En el reino de Felicidad, todo parecía perfectible hasta que un día, un extraño viento llegó de la montaña. Este viento traía consigo un aire de tristeza que, poco a poco, comenzó a afectar a todos los animales y hadas del reino.

—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó una pequeña hada llamada Lumi mientras se posaba en la mano de Coral.

—No lo sé, pero debemos averiguarlo —respondió Coral con preocupación en su mirada—. ¡Ven, Salvi!

—¡A la montaña! —gritó Salvi, sacudiendo su cola feliz.

Cuando llegaron a la cima de la montaña, encontraron a una tortuga que lloraba desconsolada.

—¿Por qué lloras, amiga tortuga? —preguntó Coral dulcemente.

—Mis amigos se han ido y no me dijo adónde —gimiendo, la tortuga respondió—. Tengo tanto miedo.

Lumi, al escuchar esto, voló cerca de la tortuga y dijo:

—¡Nosotros te ayudaremos! —con determinación.

—Sí, ¡cuéntanos lo que recuerdas! —animó Salvi.

—Recuerdo que escuché sus risas el otro día. Ellos hablaban sobre una cueva mágica en el bosque —dijo la tortuga—. Pero tenía una advertencia, decía que solo los que llevan amor en su corazón pueden entrar.

—¿Quiénes son tus amigos? —preguntó Coral.

—Son la liebre, el ciervo y el pajarito, ¡tenemos que encontrarlos! —la tortuga estaba llena de esperanza.

—Vayamos entonces —dijo Lumi—. No hay tiempo que perder.

Los cuatro se adentraron en el bosque, y mientras buscaban a los amigos de la tortuga, comenzaron a escuchar risas a lo lejos.

—¡Eso es! —gritó Salvi—. ¡Eso suena como nuestros amigos!

Al llegar a la cueva mágica, encontraron a la liebre, al ciervo y al pajarito atrapados bajo un hechizo que les impedía salir.

—¡Ayuda! —gritó el ciervo—. El viento nos trajo aquí, y no podemos salir.

—No os preocupéis —dijo Coral—. Hemos venido a salvaros. ¿Qué debemos hacer?

—Debemos encontrar la manera de romper el hechizo —dijo el pajarito—. Se dice que necesita una risa sincera.

—¿Qué pasará si no podemos encontrarla? —preguntó la tortuga, asustada.

—Eso significaría perder la alegría en el reino de Felicidad —respondió la liebre con preocupación.

—¡No podemos permitirlo! —gritó Salvi—. ¡Debemos recordar lo que nos hace reír!

Así que Coral, Salvi, Lumi, y la tortuga empezaron a contar chistes y recordar momentos divertidos. Todos rieron a carcajadas.

—¿Recuerdan cuando la liebre saltó en círculos y cayó de cara en la arena? —riéndose, dijo Coral.

—¡Sí! Y la tortuga bailando bajo la lluvia —ironizó Salvi, con una sonrisa.

Las risas se multiplicaron, y de repente, un destello de luz iluminó la cueva. El hechizo comenzó a romperse, y los amigos se liberaron.

—¡Gracias, gracias! —gritaron juntos.

El viento que había traído la tristeza se tornó en una suave brisa que acariciaba sus rostros.

—¿Veis? —dijo Lumi—, el amor y la risa pueden vencer cualquier tristeza.

—¡Sí! Ahora, regresemos a casa —dijo la tortuga, feliz de ver a sus amigos nuevamente.

Cuando llegaron al reino, todos los habitantes celebraron el regreso de los amigos perdidos. Las risas resonaron en cada rincón, y el viento ahora estaba lleno de alegría y luz.

—El Reino de la Felicidad es fuerte —dijo Coral—, porque siempre llevamos amor en nuestros corazones.

—Y, ¡que nunca falten las risas! —añadió Salvi.

Y así, el reino de Felicidad siguió prosperando, recordando siempre que en los momentos oscuros, la amistad y la risa son las claves para salir adelante.

Desde aquel día, el viento del reino nunca volvió a ser triste, y todos aprendieron que la risa compartida puede cambiar el mundo.

FIN.

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