El Reino de los Niños
Había una vez, en un lejano mundo al revés, un rey llamado Stuart, que no era un rey común, porque gobernaba sólo sobre niños. Este mundo era mágico en el que los menores de edad tomaban todas las decisiones y los adultos, como Stuart, obedecían y cumplían con sus deseos. Los pequeños vivían divertidos, creando leyes que permitían más dulces, tiempo de juego y fiestas sin fin.
Un día, mientras jugaba al escondite con sus súbditos "¡Cuenten hasta diez!"-, Stuart sintió un escalofrío. Se miró las manos arrugadas y el cabello gris. Al darse cuenta de que estaba envejeciendo, una sombra de temor lo invadió:
"¿Qué pasará conmigo cuando ya no pueda gobernar?"-
Preocupado, decidió hablar con su mejor amigo, Leo, un niño aventurero de diez años que siempre tenía ideas brillantes.
"Leo, tengo miedo de que cuando me vuelva viejo, tenga que dejar el trono. ¡Eso no puede pasarlo!"-
"Pero, Stuart, siempre hay formas de seguir siendo importante. Tal vez no seas el rey, pero podés ser un gran consejero"-, respondió Leo con una sonrisa.
Sin embargo, la tradición decía que cuando un rey llegaba a cierta edad, debía ser reemplazado por otro niño elegido por los propios súbditos. Stuart no podía soportar la idea de perder su corona. Entonces, decidió que debía demostrarle a todos que, a pesar de ser mayor, era el mejor líder.
Para su sorpresa, los niños no se opusieron a sus intentos. Desde organizar concursos de chistes hasta competencias de la mejor canción, cada actividad que Stuart proponía se convertía en un éxito.
"¡El rey puede envejecer, pero su espíritu sigue siendo joven!"-, proclamó una niña llamada Valentina, mientras reía con sus amigos.
Mientras tanto, una nueva y joven competencia se empezaba a gestar en el horizonte. Los niños estaban divididos entre quienes querían elegir un nuevo rey y quienes deseaban que Stuart siguiera gobernando, por lo que Stuart vio la oportunidad de unir a todos.
"¡Vamos a hacer una gran fiesta!"-, propuso una noche, con los ojos brillantes.
"¡Así todos podrán elegir!"-
"¿Una fiesta para votar al nuevo rey?"-, preguntó Leo, intrigado.
"No! Una fiesta para celebrarle a todos los líderes que podamos ser. ¡Celebremos juntos este mundo!"-
El gran día llegó. En el parque, decorado con globos de colores y dulces de todos los sabores, el entusiasmo era palpable. Los niños, alegres, se reunieron para compartir sus ideas. En lugar de elegir solo a un rey, Stuart sugirió crear un consejo de niños donde cada uno pudiera ser parte del liderazgo.
"Podemos ser todos reyes y reinas, uniendo nuestras ideas para que nuestro mundo sea aún mejor. Ven, tomen el trono, ¡y yo seré su asistente!"- propuso Stuart.
Los niños vitorearon y aclamaron la idea:
"¡Eso es genial! Todos seremos parte!"- gritaron.
Al final del día, Stuart se dio cuenta de que no importaba en qué forma gobernara, lo esencial era liderar con el corazón y trabajar en equipo. Ya no temía perder el trono, porque había llegado a entender que su verdadero lugar estaba en ayudar a otros a ser líderes.
"Este reino al revés es un lugar donde todos tienen voz, y yo tendré siempre un lugar en su corazón"-, dijo mientras abrazaba a Leo y Valentina.
Y así, en un mundo donde los niños eran los gobernantes, Stuart aprendió que la verdadera grandeza reside en la colaboración y en ayudar a otros a brillar. Pasaron los años y las risas nunca se desvanecieron, por el contrario, continuaron creciendo. Y el rey Stuart, aunque ya no era el líder, siempre será recordado como el hombre que inspiró a toda una generación a ser amigos y a compartir su voz.
Fin.
FIN.