El Reino del Arcoíris
Érase una vez, en un país encantado lleno de mágicos castillos, había una hermosa princesa llamada Isabela, que vivía en el castillo de los Arcoíris. Su reino, lleno de colores y alegría, era protegido por un valiente caballero llamado Fernando. Un día, mientras Isabela contemplaba el horizonte, vio una extraña sombra que pasaba volando.
"Fernando, mira eso en el cielo. ¿Qué crees que será?" - dijo Isabela emocionada.
"No lo sé, princesa, pero parece algo muy grande. Vamos a investigarlo juntos" - respondió Fernando, ajustándose su espada.
En ese momento, un dragón brillante, cubierto de escamas doradas y ojos como esmeraldas, aterrizó cerca de ellos.
"¡Hola! Soy Drago, el dragón guardián del Bosque Mágico. He venido a buscar ayuda. Necesito su ayuda para recuperar la Luz del Arcoíris que fue robada por un oscuro hechicero" - explicó el dragón con voz profunda.
Isabela miró a Fernando, sus ojos brillaban con determinación.
"¡Debemos ayudarlo!" - exclamó.
Fernando asintió, y juntos, emprendieron el viaje hacia el Bosque Mágico. Mientras avanzaban, Isabela tuvo una idea.
"Drago, ¿podés llevarnos más rápido volando?" - sugirió.
Drago asintió y desplegó sus enormes alas, a los pocos minutos, los tres viajaban por el cielo.
Al llegar al bosque, encontraron una luz tenue que guiaba su camino. Pero de repente, un grupo de criaturas misteriosas apareció. Eran los guardianes de las sombras.
"¿Quiénes son ustedes para cruzar este bosque?" - gritó uno de los guardianes.
"¡Venimos en busca de la Luz del Arcoíris!" - explicó Isabela.
Los guardianes rieron y uno de ellos respondió:
"¿Acaso creen que pueden desafiar al hechicero? Ellos han traído oscuridad a este bosque y no dejarán que nadie lo intente quitarles su poder."
Fernando entonces tomó la palabra:
"No se trata de desafiarlos, sino de restaurar la felicidad a nuestro reino. Si ayudan a Isabela y a mí, también estarán ayudando a ustedes mismos."
Los guardianes se miraron entre sí, dudando.
"¿Qué nos garantiza que cumplirán su promesa?" - preguntó uno de ellos.
"Si recuperamos la luz, todos en el reino viviremos en armonía. Podemos compartir la felicidad y el color con ustedes también" - contestó Isabela, su voz llena de esperanza.
Finalmente, los guardianes decidieron darles una oportunidad. Los guiaron hacia la cueva donde el hechicero escondía la luz. Al llegar a la entrada, se enfrentaron a un muro negro y torcido.
"Este es el hechizo que protege la luz" - informó Drago.
Pero Isabela, recordando un legendario cuento que había escuchado, dijo:
"La luz no es solo un objeto, también es un sentimiento. Debemos unir nuestras voces en armonía para romper el hechizo."
Así, los tres se unieron junto a los guardianes, formando un círculo y comenzaron a cantar una melodía sobre la alegría, la amistad y el amor.
A medida que sus voces se unían, el muro comenzó a temblar y a desvanecerse, revelando una radiante luz en el centro de la cueva.
El hechicero, al sentirse amenazado, apareció.
"¿Qué hacen ustedes aquí? ¡No me lo pueden quitar!" - rugió, pero Isabela se le enfrentó valientemente:
"La luz pertenece al amor y la amistad, no a la oscuridad. No puedes retener lo que es de todos."
El hechicero, ante la valentía y la unión de los corazones de Isabela, Fernando, Drago, y los guardianes, se sintió pequeño y decidió huir, llevándose su oscuridad con él.
Con el hechicero ausente, la luz fue liberada y comenzó a brillar con fuerza, llenando el bosque de colores vibrantes. Todos aplaudieron y sonrieron.
"Lo logramos, juntos hemos devuelto la Luz del Arcoíris a su lugar" - dijo Fernando con satisfacción.
Isabela, con los ojos resplandecientes, miró a Drago y a los guardianes:
"Ahora podemos vivir todos juntos en armonía. La luz brilla más cuando estamos unidos."
Y así, el reino del Arcoíris se llenó de alegría y amistad, donde no solo los humanos, sino también los dragones y guardianes, celebraban en paz. Nunca olvidaron que la verdadera fuerza reside en la colaboración y el amor.
Desde entonces, cada vez que veían un arcoíris, recordaban que a su alrededor había magia, siempre que el corazón estuviera dispuesto a brillar.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.