El Reloj Magico de Anselmo
En una pequeña aldea escondida entre las colinas, había un viejo relojero llamado Anselmo. Su taller estaba lleno de relojes antiguos, cada uno con su propio tic-tac, pero lo que más intrigaba a los aldeanos era el reloj más grande de todos, un reloj de torre que nunca había funcionado. Nadie sabía por qué, pero todos hablaban de su extraña presencia.
Cada mañana, los niños pasaban por el taller de Anselmo, mirando por las ventanas llenas de polvo, mientras la luz del sol iluminaba los engranajes oxidados. Era un espectáculo fascinante lleno de historia.
Un día, una niña llamada Clara, que siempre había sentido una conexión especial con los relojes, decidió hacerle una visita a Anselmo.
"Hola, señor Anselmo, ¿puedo entrar a ver sus relojes?" - preguntó Clara, mirando con curiosidad.
"Hola, Clara. Claro que sí, pasa. El tiempo es un buen amigo para aquellos que saben observarlo con atención" - respondió Anselmo con una sonrisa.
Mientras Clara exploraba el taller, se detuvo frente al reloj de torre.
"¿Por qué no funciona, señor Anselmo?" - preguntó intrigada.
"Ah, ese reloj es muy especial. Se detuvo hace muchos años, y nadie ha logrado repararlo. Algunos dicen que tiene magia, que guarda un secreto. Pero yo creo que solo necesita un poco de amor y paciencia" - contestó el relojero.
Clara decidió que quería ayudar a Anselmo a hacer que el reloj volviera a funcionar.
"¿Qué tal si trabajamos juntos? Tal vez si le damos tiempo y atención, pueda despertar de su sueño" - sugirió Clara con entusiasmo.
"Es una hermosa idea, Clara. Pero es un proyecto complicado. No todos los días se puede reparar un corazón que ha estado dormido tanto tiempo" - respondió Anselmo, sintiendo que la chispa de la esperanza comenzaba a encenderse en su interior.
Así que, durante semanas, Clara visitó a Anselmo todos los días. Juntos desarmaron el reloj, limpiaron cada pieza y le pusieron aceite a los engranajes oxidados. Los aldeanos veían su esfuerzo y se acercaban para preguntar.
"¿Qué están haciendo?" - decía Don Pablo, el panadero.
"Vamos a hacer que el reloj funcione de nuevo, ¡podrá contar el tiempo de la aldea!" - exclamaba Clara con alegría.
Los aldeanos se juntaron, intrigados, y comenzaron a ayudar de diferentes maneras. Algunas personas traían café, otros traían galletas y muchos ofrecían sus manos para trabajar. En pocos días, el taller de Anselmo se convirtió en un hervidero de energía y colaboración.
Finalmente, llegó el día en que todo estaba casi listo. Con una gran emoción en el aire, Anselmo y Clara colocaron la última pieza en el reloj de torre.
"Ahora solo falta darle cuerda, Clara. ¿Estás lista?" - preguntó Anselmo.
"¡Sí!" - gritó Clara, su corazón latiendo con fuerza.
Anselmo giró la llave y, para su sorpresa, el reloj hizo un pequeño tic-tac. Clara aplaudió, y los aldeanos comenzaron a animar.
"¡Vamos! ¡Funciona! ¡Puedes hacerlo!" - gritaban emocionados.
De repente, el reloj comenzó a sonar y las campanas resonaron por toda la aldea. El sonido era hermoso, como si la aldea despertara de un largo sueño.
"Lo logramos, Clara. Quiero que sepas que esto no solo es un reloj, es un símbolo de lo que podemos lograr cuando unimos nuestras fuerzas" - dijo Anselmo, con lágrimas de felicidad.
"Sí, señor Anselmo. A veces solo se necesita tiempo y un poco de cariño para hacer que las cosas funcionen" - respondió Clara, sonriendo.
Desde ese día, el reloj no solo marcó las horas. Se convirtió en un recordatorio de que la amistad, el trabajo en equipo y la perseverancia pueden revivir lo que parecía perdido para siempre. Los aldeanos aprendieron a valorar el tiempo juntos y a disfrutar de cada momento, sabiendo que, al final, siempre podías contar con tus amigos para hacer que las cosas sucedan.
Y así, el viejo relojero y su pequeña ayudante cambiaron no solo el destino de un reloj, sino también el corazón de toda una aldea.
FIN.