El reloj mágico de Don Anselmo


Había una vez un anciano llamado Don Anselmo, quien vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y árboles frondosos. Un día, mientras paseaba por el bosque, tropezó con algo brillante entre las hojas caídas.

Al acercarse, descubrió que era un hermoso reloj de arena dorado. Don Anselmo nunca había visto algo así antes y decidió llevarlo a su casa para investigar más sobre él.

Esa noche, mientras observaba el misterioso reloj de arena, sintió una extraña energía que lo envolvía y de repente se vio envuelto en una luz cegadora.

Cuando la luz se desvaneció, Don Anselmo se dio cuenta de que ya no estaba en su humilde casa, sino en medio de una plaza bulliciosa llena de gente vestida con trajes antiguos. Se había transportado en el tiempo gracias al reloj de arena. - ¡Pero qué sorpresa! ¿Dónde estoy? -exclamó Don Anselmo mirando a su alrededor con asombro.

Un niño con ropas del siglo XVIII se acercó curioso a él y le dijo:- Buenos días, señor. Bienvenido a nuestro pueblo.

¿Es usted un viajero del futuro? - ¡Así parece! Soy Don Anselmo y me encuentro aquí gracias a este increíble reloj de arena -respondió el anciano mostrando el artefacto dorado.

El niño lo llevó a conocer al sabio del pueblo, quien les explicó que el reloj de arena tenía la capacidad única de transportar a las personas en el tiempo si se giraba la parte superior tres veces hacia la derecha y dos veces hacia la izquierda. Don Anselmo quedó fascinado por esta extraordinaria capacidad y decidió explorar diferentes épocas históricas junto al niño como guía.

Viajaron al antiguo Egipto donde vieron construir las pirámides, visitaron la Edad Media para presenciar torneos caballerescos e incluso viajaron al futuro donde conocieron robots y naves espaciales.

En cada viaje temporal, Don Anselmo aprendió valiosas lecciones sobre la importancia del respeto, la amistad y el cuidado del medio ambiente. Descubrió cómo las acciones del pasado podían influir en el presente y cómo sus elecciones tenían un impacto en el futuro.

Después de muchas aventuras emocionantes, llegó el momento de regresar a su propio tiempo. Con lágrimas en los ojos despidiéndose del niño del siglo XVIII,- ¡Gracias por todo lo que he aprendido contigo! Siempre te recordaré -dijo Don Anselmo con nostalgia.

Al llegar nuevamente a su hogar con el reloj de arena entre sus manos temblorosas,- Qué experiencia maravillosa he vivido gracias a este tesoro -susurró emocionado mientras guardaba cuidadosamente el artefacto en una caja especial.

Desde ese día, Don Anselmo supo apreciar aún más cada momento presente valorando las lecciones aprendidas durante sus viajes temporales. Y aunque nunca volvió a utilizar el reloj de arena para volver atrás o adelante en el tiempo; siempre recordaría aquella aventura como uno los recuerdos más preciados e inspiradores de toda su vida.

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