El reloj mágico de Tico



Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, un reloj muy peculiar que se encontraba en la plaza central. Este reloj, que era de color dorado y tenía esferas brillantes, no solo daba la hora, sino que también le otorgaba un poder especial a quien acertara a hacer una pregunta sincera. Cada día, los niños del pueblo se reunían a su alrededor, fascinados por sus secretos y leyendas.

Un día, un niño llamado Tico decidió que quería descubrir lo que había detrás de aquel reloj. Era un niño curioso que siempre estaba lleno de preguntas.

-Tico, ¿por qué no dejas el reloj en paz? -le dijo su amiga Lola, un poco preocupada.

-¡No puedo! Debo saber qué misterios guarda. Quizás pueda cambiar el mundo -respondió Tico emocionado.

Luego de pensarlo un rato, Tico decidió que iba a pasar una semana pensando en la pregunta más sincera y importante que le podía hacer al reloj.

Los días pasaron y Tico se distrajo contando estrellas, jugando con sus amigos y aprendiendo sobre las flores en el jardín. Pero el reloj seguía en su mente. Hasta que, una noche, mientras miraba el cielo estrellado, tuvo una revelación.

-¡Ya sé! -exclamó, levantando los brazos hacia las estrellas.

Al día siguiente, Tico se acercó al reloj y, con un poco de nerviosismo, formuló su pregunta:

-¿Cómo puedo hacer del mundo un lugar mejor?

De repente, el reloj comenzó a brillar intensamente, y un suave sonido de campanas llenó el aire. Al instante, apareció una figura mágica, un pequeño duende llamado Zonky.

-Hola, Tico. Has hecho una gran pregunta -dijo Zonky sonriente.

-¿Quién sos? -preguntó Tico, sorprendido.

-Soy el guardián de este reloj. Tu pregunta es muy importante. Para hacer del mundo un lugar mejor, hay que aprender a ayudar a los demás.

-¿Y cómo puedo hacerlo? -inquirió Tico, con los ojos llenos de entusiasmo.

-Primero, debes escuchar a los que te rodean y entender sus necesidades. Luego, con una buena acción cada día, harás la diferencia -explicó Zonky mientras danzaba alrededor de Tico.

Sin pensarlo dos veces, Tico se embarcó en su misión de hacer el bien. Comenzó a ayudar a sus compañeros en el colegio, a recoger la basura del parque, a cuidar los animales y a hacer pequeñas sorpresas para sus vecinos. Cada acción que hacía, el reloj brillaba un poco más, como si estuviera agradecido por su esfuerzo.

Sin embargo, un día, mientras ayudaba a su amiga Lola, se dieron cuenta de que un grupo de niños estaba riendo de un compañero que tenía dificultades para jugar.

-¡No hay que reírse de él! -les gritó Tico, defendiendo a su amigo.

-¿Por qué deberíamos dejar de reír? -respondió uno de los niños, despectivo.

-¡Porque todos merecemos respeto y amistad! -contestó Tico con firmeza.

El grupo de niños se quedó en silencio. Entonces, uno a uno, comenzaron a sentirse mal por sus acciones. Tico no solo defendió a su amigo, sino que además les mostró la importancia de la empatía.

Esa noche, Tico se acercó nuevamente al reloj, ansioso por saber si su esfuerzo había valido la pena.

-¿He hecho lo correcto, reloj? -preguntó Tico.

El reloj brilló intensamente y Zonky apareció nuevamente.

-Tu valentía y compasión han hecho del mundo un lugar mejor, Tico. Sigue así y nunca dejes de escuchar a los demás -dijo el duende.

-¡Gracias, Zonky! -respondió Tico con una gran sonrisa.

Desde ese día, Tico no solo se convirtió en un gran ayudante en su pueblo, sino que también inspiró a otros a seguir su ejemplo. Y el reloj, que siempre estaba en la plaza, se convirtió en un símbolo de amistad y benevolencia.

Así, Tico aprendió que cada pregunta sincera puede llevarnos a descubrir el poder que tenemos para cambiar el mundo, y que a veces, el brillo más especial no está en las estrellas, sino en los corazones que se deciden a ayudar.

Y colorín colorado, este cuentito se ha acabado.

FIN.

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