El reloj que mide la felicidad
En una aldea pintoresca, donde el sol siempre brillaba y las risas de los niños resonaban en el aire, un comerciante misterioso llegó un día con un invento extraordinario: un reloj que medía la felicidad. Todos los aldeanos se acercaron curiosos, y entre ellos estaba Sara, una joven alegre y entusiasta.
"¿Y cómo funciona ese reloj?" - le preguntó Sara, que había observado el bullicio con una sonrisa.
"Simple, querida. Solo lo colocás en tu muñeca y te dice cuánto de felicidad tenés. ¡Es mágico!" - dijo el comerciante mostrando el brillante objeto.
Intrigada, Sara decidió comprarlo. Cuando se lo colocó, sintió una emoción burbujeante. Al mirar la pantalla, vio que marcaba un 75%.
"¡Genial!" - exclamó. "¡Estoy tan cerca del 100%!"
A medida que pasaban los días, la felicidad de Sara parecía depender del número en su reloj. Se convirtió en una obsesión. Si el reloj bajaba a 70%, ella se angustiaba y buscaba maneras de recuperar esos puntos.
"¿Por qué bajé?" - le preguntó a su amiga Lila un día.
"Tal vez porque pasaste mucho tiempo preocupándote por el reloj en vez de disfrutar de las cosas que te hacen feliz, como jugar o pintar" - respondió Lila.
Sara quedó pensativa. Sin embargo, no pudo resistir la tentación, y se dedicó a intentar llenar su tiempo con actividades que crease que la harían feliz. Comenzó a asistir a todas las fiestas, a participar en todos los juegos, y comenzó a competir con sus amigos, en lugar de disfrutar de su compañía.
Un día, durante una carrera en la plaza, se cayó y el reloj se rompió. Desesperada, miró las piezas del reloj que yacían en el suelo, sintiéndose perdida. Su 75% de felicidad se desvaneció junto con el aparato.
"¡No!" - gritó. "¿Cómo voy a saber si soy feliz ahora?"
Sus amigos se acercaron rápidamente.
"Sara, ¿acaso necesitas un reloj para ser feliz?" - le preguntó Tomás. "Mirá a tu alrededor. Todos estamos aquí, disfrutando juntos. Eso es lo que realmente importa".
Sara se dio cuenta de que había estado tan enfocada en un número que había olvidado lo que realmente la hacía feliz: pasar tiempo con sus amigos, disfrutar de la naturaleza, y dejarse llevar por las risas en el aire.
"Tienen razón" - les dijo con una sonrisa radiante. "No necesito un reloj para ser feliz. La felicidad está aquí, en los momentos que compartimos juntos".
Con la ayuda de sus amigos, Sara se levantó y juntos comenzaron a reírse de la situación. Se miraron, aún con algunas lágrimas por la risa, y sintieron la verdadera esencia de la felicidad.
A partir de ese día, Sara decidió vivir cada momento sin ataduras a un número. Cada vez que sonreía, se percataba de que su felicidad era mucho mayor que cualquier porcentaje en un reloj.
"Voy a contar los momentos, no los porcentajes" - se prometió a sí misma.
Y así, la aldea siguió resonando con risas, y Sara aprendió que la felicidad no se mide, se vive.
FIN.