El renacer de Yuria y la Pachamama


Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, una niña llamada Yuria. Ella vivía rodeada de hermosos campos verdes y animales que dependían de la tierra fértil para sobrevivir.

Pero algo preocupaba a Yuria: las nuevas generaciones del pueblo ya no querían sembrar ni cosechar, y mucho menos cuidar y proteger a la Pachamama.

Un día, decidida a encontrar una solución, Yuria decidió emprender un viaje hacia las montañas donde se encontraban los dioses Inti, Killa, Illapa y Cocha. Según las historias de sus abuelos, estos dioses eran los guardianes de la naturaleza y podrían ayudarla en su misión.

Con su mochila llena de esperanza y valentía, Yuria comenzó su travesía por los caminos empinados hasta llegar al primer altar sagrado donde habitaba el dios Inti, el Sol. Le pidió ayuda para que le regalara algo mágico que pudiera motivar a las nuevas generaciones a amar la tierra y cuidarla como ella lo hacía.

Inti sonrió ante la nobleza del corazón de Yuria y le entregó un rayo dorado. "Este rayo te dará el poder de iluminar el camino oscuro y guiar a otros hacia la sabiduría", dijo Inti con voz cálida.

Animada por ese regalo mágico, Yuria continuó su viaje hasta llegar al siguiente altar donde habitaba Killa, la Luna. Le explicó su preocupación sobre las nuevas generaciones indiferentes hacia la siembra y cosecha.

Killa escuchó atentamente y le entregó a Yuria una semilla de plata. "Esta semilla tiene el poder de despertar la pasión por la siembra en aquellos que han olvidado su importancia", explicó Killa con voz suave.

Llena de gratitud, Yuria siguió adelante hasta llegar al tercer altar donde se encontraba Illapa, el dios del trueno y la lluvia. Le contó sobre las nuevas generaciones que no querían cuidar ni proteger a la Pachamama. Illapa sonrió y le dio a Yuria una pequeña nube blanca.

"Esta nube te dará el poder de traer lluvia cuando sea necesario para nutrir la tierra sedienta", dijo Illapa con voz atronadora pero amable.

Con tres regalos mágicos en su posesión, Yuria se dirigió al último altar donde esperaba Cocha, el dios del agua. Le expresó sus preocupaciones sobre cómo las nuevas generaciones habían perdido interés en cuidar los ríos y lagos. Cocha escuchó atentamente y le obsequió a Yuria una botella transparente llena de agua cristalina.

"Este agua representa la pureza y te dará el poder de purificar los corazones indiferentes hacia nuestros recursos acuáticos", explicó Cocha con voz serena.

Y así, armada con estos maravillosos regalos mágicos, Yuria regresó a su pueblo decidida a inspirar a las nuevas generaciones para que volvieran a amar y proteger la Pachamama.

Con su rayo dorado, iluminaba las mentes apagadas por la indiferencia; con su semilla de plata, despertaba el deseo de sembrar y cosechar; con su nube blanca, traía la lluvia para nutrir los campos sedientos; y con su agua cristalina, purificaba los corazones indiferentes. Poco a poco, las nuevas generaciones comenzaron a ver el valor de cuidar y proteger la tierra.

Yuria se convirtió en una líder inspiradora que enseñó a todos sobre el amor por la Pachamama y cómo cada uno podía hacer una diferencia. Y así, gracias al coraje y determinación de Yuria, el pueblo renació con un nuevo sentido de responsabilidad hacia la naturaleza.

Las semillas volvieron a ser sembradas, las cosechas fueron abundantes y los ríos y lagos recuperaron su pureza. Desde ese día en adelante, todos aprendieron que cada pequeño acto cuenta cuando se trata de cuidar nuestra querida Pachamama.

Y fue gracias a la valentía y perseverancia de Yuria que las nuevas generaciones comprendieron lo vital que era amarla y protegerla para siempre.

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