El renacer del corazón
rase una vez, en un tranquilo barrio de Buenos Aires, vivía Aldo, un hombre de 50 años que se sentía atrapado en la rutina diaria.
Una tarde, mientras caminaba por las calles pensando en cómo sería su vida si hubiera tomado diferentes decisiones, una luz dorada lo envolvió y ¡zas! De repente se encontraba en su habitación, pero con la apariencia de un niño de 10 años.
Aldo se miró asombrado frente al espejo y no podía creer lo que veía. Se tocó la cara, el pelo e incluso dio saltitos para asegurarse de que no estaba soñando. Pero todo parecía real.
Decidió salir a explorar este nuevo mundo con ojos de niño y descubrir qué le deparaba esta inesperada aventura. Al salir a la calle, notó que todo lucía diferente. Los colores eran más brillantes, los sonidos más nítidos y el aire tenía un aroma fresco y puro.
Se sentía lleno de energía y emoción por descubrir cada rincón de ese lugar tan familiar pero a la vez tan nuevo. En su recorrido por el barrio, Aldo se topó con otros niños que jugaban felices en la plaza.
Se acercó tímidamente a ellos y les preguntó si podía unirse a sus juegos. Los niños aceptaron encantados y pronto Aldo estaba corriendo, saltando y riendo como si fuera uno más entre ellos.
"¡Qué divertido es ser niño otra vez! Nunca imaginé que podría sentirme tan libre y feliz", expresó Aldo entre risas mientras jugaba con sus nuevos amigos. Los días pasaban volando para Aldo en su nueva vida infantil.
Descubrió el placer de jugar sin preocupaciones, aprender cosas nuevas cada día y disfrutar de las pequeñas alegrías que antes pasaban desapercibidas para él.
Un día, mientras observaba maravillado cómo volaban las cometas en el cielo azul, una idea cruzó por su mente: ¿y si esta experiencia era una oportunidad para cambiar su perspectiva sobre la vida? Comprendió entonces que no importa cuántos años tengamos, siempre podemos conservar esa chispa interior que nos hace sentir vivos.
Decidió regresar a su habitación con forma de niño una última vez antes de volver a su vida adulta. Cerró los ojos con fuerza y cuando los abrió nuevamente... ¡estaba allí! Enfrente del espejo viéndose reflejado como siempre había sido: un hombre maduro pero renovado por dentro.
"Gracias por esta increíble aventura", murmuró Aldo emocionado mientras recordaba cada momento vivido como niño.
Desde ese día, Aldo llevaba consigo el recuerdo imborrable de aquella experiencia mágica que le enseñó a valorar la alegría del presente y nunca perder la capacidad de sorprenderse ante las maravillas del mundo.
FIN.