El Rerro Agustín y Su Gran Aventura



Había una vez en un bosque encantado, un rerro (raro) llamado Agustín. Agustín no era un rerro cualquiera: tenía un color azul brillante y un suave pelaje dorado. Pero lo que más lo hacía especial eran sus grandes sueños. Un día, mientras paseaba por el bosque, escuchó a sus amigos hablar sobre un misterioso lago que otorgaba deseos a quienes se atrevían a encontrarlo.

"Dicen que el lago está al otro lado de la montaña", comentó la ardilla Lila, moviendo su colita de un lado a otro.

"¡Yo quiero encontrarlo!", exclamó Agustín emocionado.

"Pero Agustín, el camino es muy peligroso", advirtió el viejo búho Don Pablo.

"¿Qué es lo peor que podría pasar?", preguntó Agustín con una sonrisa.

Con la determinación en su corazón, Agustín decidió comenzar su aventura. Antes de irse, Lila y Don Pablo le dieron algunos consejos.

"Tienes que llevar contigo un mapa y un poco de comida", le sugirió Lila.

"Y recuerda, siempre pregunta a los que encuentres en el camino. Ellos te ayudarán", añadió Don Pablo.

Agustín partió con su mapa y una mochila llena de frutas. Mientras se adentraba en el bosque, se encontró con un río caudaloso que bloqueaba su camino.

"¿Cómo pasaré?", se preguntó mirando el agua.

"¡Yo puedo ayudarte!", gritó un sapo gigante que saltó cerca.

"Soy Ciri, el sapo saltarín. Puedo hacer un puente con mis hojas para que cruces."

Agustín sonrió, agradecido, y Ciri creó un hermoso puente con las hojas más grandes del bosque.

"¡Gracias, Ciri!", dijo Agustín mientras cruzaba.

"Ten cuidado en la montaña. Se dice que hay criaturas gritando en la oscuridad", le advirtió el sapo.

"¡No me asustarás!", respondió el rerro con valentía, aunque la idea le daba un poco de miedo.

Luego de cruzar el río, Agustín se encontró con una cueva oscura. Desde adentro se escuchaban ruidos extraños.

"¡Ayuda! ¡Ayuda!", clamaba una voz.

"¿Quién está ahí?", preguntó Agustín, reuniendo valor.

Un pequeño ratón salió de la cueva, temblando.

"¡Soy Miki! Me perdí y no sé cómo salir de aquí", dijo el ratón, con lágrimas en los ojos.

Agustín se acercó y respondió:

"No te preocupes, Miki. ¡Te ayudaré!"

Con mucho cuidado, Agustín logró guiar a Miki fuera de la cueva, iluminando el camino con pequeñas piedras que recolectó en el suelo.

"¡Eres muy valiente!", le dijo Miki, sonriendo.

"¡Y tú también, Miki! ¡Ahora somos amigos!", contestó Agustín, feliz de tener compañía.

Finalmente, después de mucho caminar y de compartir aventuras, llegaron a la cima de la montaña. Desde allí, podían ver el impresionante Lago de los Deseos, brillando bajo la luz del sol.

"¡Lo logramos!", gritó Agustín, emocionado.

"Ahora podemos hacer un deseo, Agustín", le recordó Miki.

"Pero, ¿qué desearé?", se preguntó el rerro.

Agustín pensó en todo lo que había vivido, las amistades que había hecho, y lo valiente que se había vuelto. En lugar de pedir algo para sí mismo, sonrió y dijo:

"Deseo que todos los animales del bosque puedan encontrar su camino y cumplir sus sueños también".

El lago brilló intensamente y de repente, una lluvia de colores cayó sobre ellos.

"¡Tu deseo se ha concedido!", resonó una voz mágica.

"A partir de hoy, todos tendrán el coraje de seguir sus sueños."

Agustín y Miki se abrazaron, felices de haber aprendido que la verdadera magia está en ayudar a los demás y compartir la alegría.

Desde ese día, el rerro Agustín no solo fue conocido por su raro color, sino también por tener un corazón valiente y generoso. Así, el bosque se llenó de sueños cumplidos y risas entre amigos, y Agustín vivió muchas más aventuras, siempre con la certeza de que juntos, pueden alcanzar cualquier meta.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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