El rescate de Don Antonio



Había una vez un señor llamado Don Antonio, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de hermosos campos verdes.

Don Antonio era muy querido por todos los habitantes del pueblo, ya que siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás. Un día, mientras paseaba por la plaza del pueblo, Don Antonio escuchó unos ruidos extraños provenientes de la iglesia cristiana.

Se acercó curioso y cuando abrió la puerta se llevó una gran sorpresa: había quedado atrapado dentro de la iglesia. Don Antonio intentó salir desesperadamente, pero todas las puertas y ventanas estaban cerradas con llave. No entendía cómo podía haber quedado atrapado allí dentro sin ninguna explicación.

Pasaron los días y nadie parecía darse cuenta de que Don Antonio estaba cautivo en la iglesia. El señor comenzó a sentirse triste y preocupado. No sabía qué hacer ni cómo salir de ese lugar oscuro y solitario.

Una tarde, mientras exploraba cada rincón de la iglesia en busca de alguna salida secreta, vio algo brillando en el suelo. Era una pequeña llave dorada. Con esperanza renovada, Don Antonio probó abrir las puertas y ventanas con esa llave ¡y funcionó! Las cerraduras cedieron ante su determinación.

Don Antonio salió corriendo hacia el exterior como si hubiera ganado una carrera importante. Respiraba aliviado mientras disfrutaba del aire fresco y el sol radiante sobre su rostro.

Pero entonces se dio cuenta de algo: durante todo ese tiempo encerrado en la iglesia, había aprendido muchas cosas nuevas sobre sí mismo y sobre lo que realmente valoraba en la vida.

Se dio cuenta de que había estado tan ocupado ayudando a los demás, que se había olvidado de cuidar de sí mismo. Decidió que no volvería a perderse en el afán de ser útil para los demás y comenzó a dedicar más tiempo a sus propios sueños y deseos.

Aprendió a decir —"no"  cuando era necesario y a disfrutar de momentos de tranquilidad y descanso. Don Antonio se convirtió en un ejemplo para todos en el pueblo. Les enseñó que es importante encontrar un equilibrio entre ayudar a los demás y cuidarse a uno mismo.

Los habitantes del pueblo aprendieron la importancia de valorar su propia felicidad y bienestar, al igual que lo hacían con los demás.

Y así, Don Antonio vivió una vida llena de alegría y satisfacción, siempre recordando aquella experiencia en la iglesia como un recordatorio constante de cuán importante es amarse a uno mismo mientras se ayuda al prójimo.

FIN.

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