El rescate de Martina
Había una vez en un barrio tranquilo de Buenos Aires, una niña llamada Martina. Martina tenía una muñeca a la que quería muchísimo; era su compañera de juegos y confidente.
Un día soleado, Martina decidió llevar a su muñeca al parque para disfrutar del aire fresco y jugar en los columpios. Sin embargo, mientras se divertía saltando y riendo, la muñeca resbaló de sus manos y cayó al suelo sin que ella lo notara.
Al darse cuenta de que había perdido a su preciada muñeca, Martina comenzó a sentirse muy triste y preocupada. Buscó por todos lados, revisando cada rincón del parque, pero no lograba encontrarla.
Sus ojitos se llenaron de lágrimas mientras pensaba en cómo iba a contarle a sus padres sobre lo ocurrido. Justo en ese momento apareció Doña Rosa, una vecina amable y atenta que paseaba por el parque con su perro.
Al ver a la niña llorando, se acercó con curiosidad para averiguar qué pasaba. "¿Qué te pasa, Martina? ¿Por qué estás tan triste?" -preguntó Doña Rosa con voz dulce. Martina entre sollozos le contó sobre la pérdida de su muñeca y lo mucho que significaba para ella.
Doña Rosa escuchó con atención y luego le preguntó cómo era la muñeca perdida. Cuando Martina describió detalladamente a su adorada compañera de juegos, los ojos de Doña Rosa se iluminaron con reconocimiento.
"¡Creo haber visto esa muñeca cerca del banco donde estaba descansando! ¡Ven conmigo!" -exclamó emocionada Doña Rosa mientras tomaba la mano temblorosa de Martina. Ambas caminaron hacia el banco donde Doña Rosa había visto la muñeca perdida.
Y allí, entre las hojas caídas y el césped verde, brillaba la figura familiar de la muñeca favorita de Martina. La niña no podía creerlo; sus lágrimas ahora eran lágrimas de felicidad y gratitud hacia aquella vecina bondadosa que había encontrado a su querida amiga extraviada.
"¡Gracias mil veces gracias! ¡No sé cómo podré expresar mi alegría!" -dijo Martina abrazando fuertemente a su muñeca recuperada. Doña Rosa sonrió cálidamente y le dijo: "No hay nada más gratificante que ver una sonrisa en tu rostro, querida Martina.
Recuerda siempre cuidar tus cosas preciosas y estar atenta cuando juegues en el parque". Desde ese día, Martina aprendió una valiosa lección sobre el cuidado de sus pertenencias y la importancia de ser amable con quienes nos rodean.
Y cada vez que veía a Doña Rosa pasear por el barrio, recordaba aquel encuentro fortuito que llenó su corazón de alegría y gratitud.
FIN.