El Rescate del Maíz Sagrado
En un pueblo llamado Maízalinda, la gente vivía feliz y contenta gracias a la abundancia de alimentos que les proporcionaba el santo maíz. Este maíz era especial, pues no solo alimentaba sus cuerpos, sino también sus almas.
Un día, sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar en Maízalinda. La gente se olvidó de las tradiciones y ceremonias que honraban al maíz. Dejaron de darle las gracias por su generosidad y se volvieron egoístas y descuidados.
El santo maíz, entristecido por el desprecio de la gente, decidió esconderse en lo alto de un cerro. Desde allí observaba cómo el pueblo sufría por la falta de alimentos.
Las cosechas empezaron a fallar, los animales se enfermaban y la hambruna amenazaba con llevarse la alegría del lugar. Un niño llamado Juanito sintió en su corazón el pesar de su pueblo y decidió emprender un viaje hacia el cerro donde se escondía el santo maíz.
Armado con valentía y determinación, subió por caminos empinados y atravesó ríos caudalosos hasta llegar a la cima.
Al encontrarse con el santo maíz, Juanito le habló con respeto y sinceridad: "Santo maíz, sé que te has sentido abandonado por nuestra gente, pero yo estoy aquí para pedirte perdón en nombre de todos. Prometo honrarte como corresponde y recordar siempre tu importancia para nosotros. "El santo maíz escuchó las palabras del niño conmovido y decidió regresar al pueblo junto a él.
Al hacerlo, las tierras volvieron a ser fértiles, los animales recuperaron su vitalidad y la alegría renació en Maízalinda. Desde ese día, Juanito se convirtió en el guardián del santo maíz.
Cada año lideraba las ceremonias de agradecimiento junto a toda la comunidad para recordarles la importancia de valorar lo que la tierra les brindaba.
Así, Maízalinda volvió a ser un lugar próspero donde reinaba la armonía entre las personas y la naturaleza gracias al amor incondicional hacia el sagrado alimento que les nutría: ¡el maravilloso maíz!
FIN.