El respeto de Daniela y Oreo



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Alegría, una niña llamada Daniela que tenía como mascota a un simpático hámster al que había bautizado como Oreo.

Daniela y Oreo eran inseparables, pasaban todo el día juntos jugando y explorando cada rincón de la casa. Un día, mientras Daniela estaba en la escuela, Oreo decidió aventurarse fuera de su jaula en busca de nuevas emociones.

Escapó sigilosamente y se adentró en un mundo desconocido para él: la cocina. Allí encontró montones de alimentos deliciosos y coloridos que despertaron su curiosidad. Al ver tantas cosas apetitosas a su alrededor, Oreo no pudo resistirse y comenzó a probar un poco de cada cosa.

Probó unas miguitas de pan, unas semillas de girasol e incluso se atrevió con un trocito de queso.

Todo le parecía exquisito, pero lo que más le gustó fue el dulce aroma que provenía del tarro de galletitas caseras que había sobre la mesa. Oreo subió con destreza por una pata de silla hasta llegar al tarro y sin dudarlo ni un segundo, se zambulló dentro. Comenzó a saborear las galletitas una tras otra sin parar.

Estaba tan concentrado en disfrutar su festín que no se dio cuenta de que Daniela ya había regresado a casa. Al entrar a la cocina, Daniela vio el desorden causado por Oreo y lo encontró revoloteando dentro del tarro entre risitas nerviosas.

"-¡Oreo! ¡Pero qué travieso eres! ¿Qué estás haciendo ahí?", exclamó Daniela divertida mientras sacaba a su hámster gordito del tarro.

Con cariño regañándolo y limpiando el desastre juntos, Daniela le explicó a Oreo lo importante que era respetar las normas y los límites para mantenerse seguros. Le recordó lo mucho que lo quería y lo feliz que estaba cuando compartían momentos juntos jugando o descansando tranquilamente.

Desde ese día, Oreo entendió la importancia de obedecer las reglas y valorar la compañía de quienes más quieres. Aprendió a ser más cuidadoso en sus travesuras e incluso colaboraba con Daniela en mantener ordenada la casa.

Así, Daniela y Oreo continuaron viviendo aventuras juntos llenas de diversión y complicidad, fortaleciendo cada vez más su especial vínculo lleno de amor y respeto mutuo. Y aunque seguían teniendo travesuras ocasionalmente, siempre recordaban el valioso aprendizaje obtenido aquel día inolvidable en la cocina.

FIN.

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