El respeto por el cuerpo ajeno


En lo profundo de la selva vivía un sapito llamado Serafín, quien siempre había sido curioso y aventurero. Un día, mientras exploraba la espesura, se topó con una serpiente de brillantes escamas llamada Camila. A pesar de su reputación temible, Camila era amable y sabia. Serafín, con su característica curiosidad, le preguntó a Camila por qué siempre lucía tan impecable y reluciente. Camila le explicó que tenía que cuidar su piel con esmero, ya que era su capa protectora y su modo de comunicarse con el mundo. Serafín, impresionado, le contó que a él le encantaba saltar en charcos y revolcarse en el barro, ya que le resultaba divertido. Camila, con ternura, le explicó que esas travesuras podrían lastimar su delicada piel.

Unos días después, Serafín encontró a Camila en apuros. Había quedado atrapada en una maraña de ramas y no podía soltarse. Rápidamente, Serafín buscó ayuda y, con la colaboración de otros animales del bosque, lograron liberar a Camila. Agradecida, la serpiente le preguntó a Serafín por qué había decidido ayudarla. Serafín le respondió: "Aunque nuestras formas de cuidarnos son diferentes, aprendí que debemos respetar y ayudar a los demás a cuidar sus cuerpos, así como lo hacemos con el nuestro."

Desde ese día, Serafín comprendió la importancia del cuidado del cuerpo propio y ajeno, y se esforzó por inculcar ese valor a todos los habitantes de la selva.

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