El resplandor de Luna llena



Había una vez en un bosque encantado, un perrito muy especial llamado Salto. Salto era de color blanco como la nieve y tenía unas orejas largas que se movían al compás de su alegría.

Pero lo más sorprendente de Salto no era su aspecto, sino su habilidad para saltar tan alto que podía tocar la luna llena y las estrellas. Una noche, mientras todos los animales del bosque dormían, Salto decidió emprender una aventura hacia lo desconocido.

Con cada salto, alcanzaba alturas increíbles y podía ver el mundo desde arriba. La luna brillaba en todo su esplendor y las estrellas parecían susurrarle secretos al oído. De repente, una voz melodiosa lo detuvo en seco.

Era Luna llena, quien con su luz plateada le dijo a Salto: "Pequeño perrito saltarín, tus brincos han llegado hasta mí y quiero pedirte un favor". Salto emocionado respondió: "¡Claro Luna llena! ¿En qué puedo ayudarte?".

Luna llena le explicó que algunas estrellas habían perdido su brillo y necesitaban ayuda para recuperarlo. Sin dudarlo un segundo, Salto se ofreció a ayudarla. Así comenzó una travesía por el cielo, saltando de estrella en estrella para devolverles su resplandor.

En cada estrella encontraban diferentes desafíos que debían superar juntos: laberintos de luz, cascadas brillantes y criaturas mágicas que custodiaban los destellos perdidos.

Con valentía y astucia, Salto lograba resolver cada prueba mientras Luna llena iluminaba el camino con su luz radiante. Después de muchas peripecias, finalmente todas las estrellas recuperaron su brillo gracias a la determinación de Salto y la guía amorosa de Luna llena.

La noche volvió a ser tan hermosa como siempre y el cielo brillaba con intensidad. Agradecida por la ayuda recibida, Luna llena le regaló a Salto un collar hecho con fragmentos de estrellas resplandecientes. "Este collar te recordará siempre lo extraordinario que eres", le dijo con cariño.

Salto regresó al bosque con el corazón rebosante de felicidad por haber cumplido su misión junto a Luna llena y las estrellas. Desde ese día en adelante, seguía saltando alto pero ahora también llevaba consigo el brillo del firmamento en su collar luminoso.

Y así fue como el perrito Saltó aprendió que no hay límites para aquellos que tienen valentía en el corazón y solidaridad hacia los demás; porque cuando uno da lo mejor de sí mismo para ayudar a otros, siempre encuentra recompensas maravillosas en el camino.

FIN.

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