El Rey del Cielo



Era una hermosa mañana en el cielo, y el Sol brillaba con todo su esplendor. Desde su trono dorado, llamó a la Luna, que estaba a punto de ocultarse tras las montañas.

"¡Luna!" - exclamó el Sol, con voz potente y radiante. "Soy el rey del cielo y todos me adoran. Mira cómo los pájaros cantan al amanecer y cómo los árboles se inclinan hacia mí."

La Luna, con su suave luz plateada, sonrió con ternura. "Es cierto, querido Sol, tienes una luz maravillosa, y todos disfrutan de tu calidez. Pero recuerda que también hay belleza en la noche, cuando brilla mi luz."

El Sol, aunque le gustaba escuchar eso, se sintió aún más orgulloso. "¡Pero nadie puede competir conmigo! Soy el más brillante, el más querido. Sin mí, el mundo estaría a oscuras."

La Luna decidió darle una lección a su amigo. Pidió a las estrellas, que siempre la acompañaban, que se unieran a ella en una pequeña sorpresa.

Al caer la noche, el Sol se retiró a descansar y la Luna apareció en el cielo. "Queridas estrellas, hoy les pido que brillen más que nunca. Quiero mostrarle al Sol que la humildad también tiene su luz."

Las estrellas, entusiasmadas, comenzaron a titilar y a danzar en el firmamento, formando constelaciones que nunca antes se habían visto. Y así, cuando el Sol se despertó al día siguiente, se sorprendió al ver el universo lleno de destellos brillantes.

"¡Pero, ¿qué ha pasado? !" - se preguntó, atónito. "¿Qué son todas esas luces?"

La Luna, riendo suave y amistosamente, le respondió: "Son mis amigas las estrellas. Ellas también tienen su propio brillo, aunque no siempre se ve durante el día. Pero cada noche, compartimos el cielo y tenemos nuestro momento."

El Sol observó a las estrellas titilantes y sintió una punzada de humildad en su corazón. "Nunca pensé que hubiera tanta belleza en la noche. Es verdad, Luna. Hay momentos en la vida en los que es bueno brillar, pero también momentos en los que hay que dejar que otros tengan su oportunidad."

La Luna sonrió con calidez. "Exactamente, querido Sol. Cada uno de nosotros tiene su papel en el cielo. No se trata de ser el más brillante, sino de saber compartir y apreciar la luz de los demás."

A partir de ese día, el Sol y la Luna se volvieron grandes amigos y aprendieron a disfrutar tanto del día como de la noche. El Sol a veces dejaba que la Luna tomara el centro del escenario, mientras que la Luna sabía que, al amanecer, era hora de dar el paso al Sol nuevamente.

Y así, el cielo se llena de luz, de amistades y, sobre todo, de respeto y humildad. Porque tanto el día como la noche están llenos de belleza, y cada uno, a su manera, brilla con su propia luz.

Los animales de la tierra se dieron cuenta de que, al unirse tanto la luz del día como la de la noche, el universo se volvía un lugar más mágico y especial. Desde entonces, los habitantes del mundo miraron al cielo y aprendieron que todos somos importantes, y que la verdadera grandeza está en saber compartir la luz con los demás.

FIN.

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