El Rey Filiberto y el Espejo Mágico
Érase una vez en un lejano reino, un rey llamado Filiberto. Era el rey más presumido que jamás haya existido. Su más preciada posesión era un espejo mágico, que siempre llevaba consigo a todas partes. Filiberto no podía resistir la tentación de mirarse el cabello, la ropa o cualquier rasgo de su persona a cada momento. Incluso cuando montaba a su majestuoso caballo, colgaba el espejo al cuello del animal, mientras decían:
"¡Oh, qué espléndido soy!" - exclamaba mirando su reflejo "Nadie en el reino se compara a mí".
Filiberto pasaba horas frente al espejo, olvidando sus responsabilidades como rey. A su alrededor, su reino florecía, pero sus súbditos se sentían tristes. El pueblo anhelaba un rey que se preocupase por ellos. Un día, una anciana sabia del pueblo se acercó a palacio y llamó a la puerta.
"¿Quién osa interrumpir mi diversión?" - bramó Filiberto, sin mirar de quién se trataba.
"Soy la anciana Clara, un viajera del tiempo. He venido a mostrarte algo que cambiará tu perspectiva" - respondió la anciana.
Intrigado, Filiberto dejó de lado su espejo y se acercó a la anciana.
"¿Qué puedes enseñarme, viejecita?" - preguntó con desdén.
"Acompáñame, joven rey. Tienes mucho que aprender" - dijo Clara, mientras extendía su mano y, en un destello de luz, ambos se encontraron en un lugar mágico donde el tiempo no existía.
Filiberto se encontró rodeado de espejos que mostraban no solo su reflejo, sino también diferentes visiones del reino. Las imágenes eran sombrías: el pueblo estaba triste, los campos marchitándose y los niños sin jugar.
"¿Qué está pasando?" - preguntó Filiberto, horrorizado.
"Eres un rey, Filiberto. Debes cuidar a tu pueblo y no solo a ti mismo. Cada vez que miras tu reflejo, ignoras lo que pasa a tu alrededor" - aclaró Clara - “Este espejo te ha hecho ciego frente a tus verdaderas responsabilidades.
Filiberto reflexionó sobre lo que había visto y, por primera vez, sintió un profundo impacto en su corazón. Regresaron al reino, y esa noche, el rey decidió hacer algo diferente.
"A partir de hoy, miraré a mi pueblo en lugar de a mí mismo" - proclamó a su corte.
Los nobles se miraron sorprendidos, pues jamás imaginaron que el rey pudiera cambiar.
Con el paso de los días, Filiberto comenzó a pasear por sus tierras, escuchando a su pueblo, atendiendo sus necesidades y sonriendo al ver a los niños jugar. Un día, se encontró con un grupo de pequeños que jugaban con un viejo palo desgastado.
"¿Qué hacen con eso?" - preguntó Filiberto, curioso.
"Rey, es nuestra espada y escudo. Luchamos contra dragones imaginarios" - respondió una niña.
La idea inspiró a Filiberto.
"¡Construiremos un teatro donde todos podamos jugar juntos!" - exclamó con entusiasmo.
Al principio, algunos nobles se rieron, pero pronto se unieron a la idea. Juntos, construyeron un hermoso teatro en la plaza del reino, donde los niños representaban cuentos y aventuras. Filiberto se convirtió en el mejor espectador y, por primera vez, disfrutó algo más que mirar su reflejo.
El reino comenzó a prosperar. El pueblo se sintió valorado gracias a su rey. Una tarde, mientras los niños representaban una obra en honor a su rey, Filiberto tomó un momento para mirarse en un pequeño espejo que había guardado como recuerdo.
"No soy el rey más espléndido, sino el rey más feliz" - se dijo a sí mismo.
Desde aquel día, el espejo se convirtió en un símbolo de su transformación, y Filiberto aprendió que la verdadera grandeza no reside en la apariencia, sino en la bondad, el amor y el cuidado hacia los demás. El rey había pasado de ser el más presumido a ser el más querido.
Y así, el reino floreció, no por el brillo del rey, sino por la luz de su corazón.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.