El Rey Martín y el Festival de Disparates
Había una vez un rey llamado Martín, que gobernaba un pequeño reino en la tierra de Argentina. El Rey Martín era conocido por ser muy sabio y justo, pero a veces también le gustaba divertirse y hacer locuras.
Un día, el Rey Martín decidió salir a pasear por las calles del reino para conocer mejor a sus súbditos. Mientras caminaba, vio a un lavandero trabajando arduamente en su oficio.
El lavandero se llamaba Pedro y siempre tenía una sonrisa en su rostro. El Rey Martín se acercó a él y le dijo: "¡Hola Pedro! ¿Qué disparate me puedes enseñar hoy?"Pedro quedó sorprendido por la pregunta del rey, pero rápidamente pensó en algo divertido.
Se rascó la cabeza y respondió: "- ¡Señor Rey! Puedo lavar tu corona con agua de colores mágicos para que brille más que nunca". El Rey Martín rió ante la ocurrencia de Pedro y aceptó su propuesta.
Así que ambos se dirigieron al río más cercano donde Pedro comenzó a lavar la corona real con agua teñida de diferentes colores brillantes. Cuando terminaron, el Rey Martín quedó maravillado al ver cómo su corona brillaba como nunca antes.
Agradeció al lavandero por su disparatada idea y continuaron caminando juntos por el reino. Más adelante, encontraron a un alfarero llamado Juan trabajando con barro en su taller.
El Rey Martín se acercó a él y le preguntó: "¡Hola Juan! ¿Qué disparate me puedes enseñar hoy?"Juan, quien era muy creativo, pensó por un momento y respondió: "- ¡Señor Rey! Puedo hacer una estatua de ti con barro mágico que cobrará vida y te acompañará en todas tus aventuras".
El Rey Martín quedó asombrado por la idea del alfarero y aceptó encantado. Juan comenzó a moldear el barro con sus hábiles manos, dándole forma al rostro del rey, su corona y su vestimenta real.
Cuando terminaron, el alfarero sopló sobre la estatua y mágicamente cobró vida. El pequeño muñeco de barro tenía los rasgos exactos del Rey Martín y estaba listo para seguirlo a donde fuera.
El Rey Martín se emocionó mucho al ver cómo su estatua de barro lo acompañaba en cada paso que daba. Juntos, el rey, Pedro el lavandero y Juan el alfarero recorrieron el reino compartiendo risas y disparates.
Poco a poco, las ocurrencias del lavandero Pedro y las creaciones del alfarero Juan fueron inspirando a los demás habitantes del reino. Uno aprendió a pintar cuadros locos, otro empezó a tallar figuras extrañas en madera e incluso algunos comenzaron a contar chistes sin parar.
El Rey Martín se dio cuenta de que los disparates no solo eran divertidos, sino que también ayudaban a despertar la creatividad en las personas. Así que decidió organizar un gran festival donde todos podrían mostrar sus locuras sin límites. El festival fue todo un éxito.
Hubo malabaristas, equilibristas, pintores extravagantes y hasta una competencia de chistes disparatados. El reino se llenó de risas y alegría gracias a la iniciativa del Rey Martín.
Desde ese día, el rey comprendió que los disparates no solo eran divertidos, sino que también podían ser educativos e inspiradores. Decidió seguir fomentando la creatividad en su reino y así logró convertirlo en un lugar aún más maravilloso. Y colorín colorado, esta historia de locuras ha terminado.
FIN.