El Rey Vanidoso y la Lección del Espejo
Érase una vez en un reino lejano, un rey llamado Rodrigo, famoso por su belleza y su vanidad. Su castillo brillaba con oro y joyas, pero lo que más le importaba era lucir siempre el traje más impresionante. Un día, mientras se admiraba frente a un gran espejo decorado con oro, dijo:
- ¡Mirá qué increíble que estoy! Este traje me queda de maravilla.
A su lado, estaba su fiel consejero, un sabio anciano llamado Don Simón, quien suspiró con preocupación.
- Majestad, su belleza es indiscutible, pero no debería olvidarse de lo que hay en el corazón.
El rey, sin prestar atención, respondió vanidosamente:
- ¡El corazón no importa si el rey es el más hermoso del reino!
Poco después, el rey decidió organizar un gran banquete en su honor, invitando a todos los habitantes del reino. Llenó la gran sala del castillo con manjares y decoraciones lujosas. Mientras los invitados disfrutaban, Rodrigo no podía dejar de vanagloriarse:
- ¡¡Miren mi traje! ! Es el más brillante y hermoso que hayan visto.
Los habitantes aplaudieron, pero había un pequeño grupo en la esquina, observando en silencio. Un niño llamado Tomás, que había llegado con su madre, dijo en voz baja:
- Mamá, el rey se está perdiendo lo que es realmente valioso.
Su madre le respondió:
- Tienes razón, hijo. Pero el rey no lo ve.
En ese momento, una joven llamada Lucia, se acercó al rey con un ramillete de flores silvestres.
- ¡Majestad! Estos son los hermosos colores de nuestro campo. Quería que los tuviera.
Rodrigo, al ver a la niña con flores simples, se rió con desdén:
- ¿Flores? ¿Por qué no me traes diamantes? ¡Eso sería más apropiado para un rey!
Lucía se sonrojó, pero con valentía respondió:
- Las flores son valiosas porque son naturales y llenas de vida. No siempre lo que brilla es lo más importante, su majestad.
El rey frunció el ceño, sintiéndose ofendido. Sin embargo, esa noche, mientras se preparaba para dormir, miró nuevamente su reflejo en el espejo. Pero esta vez, algo lo inquietaba. Se recordó a sí mismo como el rey que se preocupaba únicamente por lo externo y no por lo que tenía dentro.
Al siguiente día, decidío salir del castillo disfrazado, sin su traje lujoso, para conocer al pueblo. Paseó por las calles, hablando con los habitantes y escuchando sus historias.
- ¡Hola, Rey Rodrigo! - escuchó de un vendedor. - ¿Cómo ves el día hoy?
El rey sonrió, apreciando la simplicidad.
- Es un hermoso día, gracias. ¿Y qué vendes?
El vendedor le mostró unas frutas frescas.
- Son exquisitas. La frescura y el sabor también son bellos, ¿verdad? - dijo, comenzando a entender.
Mientras caminaba, vio a Tomás y su madre que ayudaban a unos ancianos a cruzar la calle.
- ¡Bien hecho! - exclamó Rodrigo. - La verdadera nobleza está en el corazón, no en el vestuario.
Tomás sonrió, pero antes de irse, él dijo:
- Un rey con un buen corazón es el más bello de todos.
Esa noche, Rodrigo regresó al castillo convencido de que había aprendido una valiosa lección. Al día siguiente, convocó a todos los habitantes del reino a una reunión en la plaza.
- Queridos amigos, hoy les agradezco por abrirme los ojos. He aprendido que la verdadera belleza proviene de nuestras acciones y corazones, y no solo de lo que vestimos.
Todos aplaudieron felizmente. El rey continuó:
- A partir de hoy, haré un esfuerzo por ser un rey no solo hermoso por fuera, sino también por dentro.
Los habitantes del reino estaban emocionados. Desde entonces, Rodrigo comenzó a dedicarse a ayudar a los necesitados, fomentar la educación, y cada vez que se miraba en el espejo, sonreía al recordar su nueva sabiduría:
- ¡Soy un rey hermoso en todos los sentidos!
Y así, el rey Rodrigo dejó de ser el rey vanidoso y se convirtió en el rey amado por su pueblo, demostrando que la verdadera belleza se encuentra en la bondad y la humildad.
Fin.
FIN.