El riachuelo encantado
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, un riachuelo llamado Cañafistula. Este riachuelo era famoso por sus aguas cristalinas y su entorno lleno de misterios y aventuras.
Muchos niños del pueblo solían jugar a orillas de Cañafistula, explorando sus alrededores y dejando volar su imaginación. Un día, tres amigos llamados Mateo, Sofía y Tomás decidieron adentrarse en el bosque que rodeaba Cañafistula en busca de aventuras.
Mientras caminaban entre los árboles, escucharon un ruido extraño que provenía del riachuelo. Se acercaron sigilosamente y descubrieron que el agua estaba brillando con una luz mágica. - ¡Miren! ¡El agua de Cañafistula brilla como si fuera magia! -exclamó Sofía emocionada.
Los tres amigos se miraron asombrados y decidieron seguir el curso del riachuelo para descubrir de dónde provenía esa luz tan especial. Caminaron durante horas, sorteando obstáculos y desafiando peligros hasta llegar a una cueva escondida detrás de una cascada.
- ¿Creen que debemos entrar? -preguntó nervioso Tomás. - ¡Claro que sí! Estamos juntos y podemos enfrentar cualquier desafío -respondió valientemente Mateo. Los tres amigos entraron en la cueva y se encontraron con un paisaje maravilloso lleno de piedras preciosas resplandecientes.
En el centro de la cueva, encontraron a un hada diminuta rodeada por destellos de luz. - ¡Bienvenidos, valientes exploradores! Soy Flora, guardiana del riachuelo Cañafistula -dijo el hada con voz dulce-.
Han demostrado coraje al llegar hasta aquí y ahora les concederé un deseo cada uno.
Mateo pidió poder volar como un pájaro para explorar el mundo desde las alturas, Sofía deseó ser capaz de comunicarse con los animales para aprender sus secretos, y Tomás expresó su deseo de tener siempre la valentía necesaria para enfrentar cualquier adversidad. Flora sonrió complacida y concedió los deseos de los tres amigos.
A partir de ese día, Mateo surcaba los cielos disfrutando del viento en su rostro; Sofía hablaba con los animales del bosque aprendiendo sobre la naturaleza; y Tomás superaba sus miedos convirtiéndose en un ejemplo de valentía para todos en Villa Esperanza.
Desde entonces, Cañafistula se convirtió en el lugar favorito no solo de los niños del pueblo sino también de todos aquellos que buscaban inspiración y magia en sus aguas cristalinas.
Y así fue cómo aquel riachuelo se transformó en mucho más que eso: se convirtió en el símbolo vivo del poder de la amistad, la valentía y la conexión con lo desconocido.
FIN.