El Rincón de la Empatía



En un pequeño colegio de Buenos Aires, había una profesora llamada Laura que se destacaba por su forma especial de enseñar. Siempre decía que la empatía era tan importante como aprender matemáticas o ciencias. Un día, decidió llevar a sus alumnos a un rincón del parque que estaba al lado de la escuela para hacer una actividad diferente.

"Hoy vamos a jugar, pero no solo eso; vamos a aprender a ponernos en el lugar del otro!" - anunció Laura entusiasmada.

Los niños, que eran muy curiosos, comenzaron a reír y comentar entre ellos.

"¿Cómo vamos a hacer eso, seño?" - preguntó Sofía, una niña con grandes ojos que siempre quería ayudar a los demás.

"Hoy vamos a imitar situaciones. Vamos a crear pequeñas escenas donde cada uno tendrá que expresar lo que siente el otro" - respondió Laura con una sonrisa.

Los pequeños se pusieron a trabajar en grupos, y cada grupo eligió una situación cotidiana. Uno de los grupos decidió representar una pelea entre amigos. Cuando llegó el turno de representar, Nicolás, un niño un poco callado, se encargó de interpretar el papel del amigo que se siente herido.

"Soy Nicolás y me siento muy triste porque no me quieren jugar más" - dijo, con una voz temblorosa.

Los demás niños lo miraron con atención, y una profunda empatía comenzó a nacer en sus corazones.

"Yo no sabía que te dolía tanto" - dijo Lucas, que interpretaba al otro amigo. Su rostro se iluminó.

Laura observó con orgullo cómo los niños empezaron a conectarse entre ellos. Pero luego, otro grupo entró en escena y decidió hacer una representación sobre la presión de los estudios. María, que solía sentirse abrumada por los exámenes, tomó el papel del niño con miedo a fracasar.

"¡No puedo más! Siento que nunca seré lo suficientemente bueno!" - gritó, poniendo su corazón en su interpretación.

Entre risas y caras serias, los niños comprendieron que nunca habían pensado en lo que otros podrían sentir. Esas pequeñas actuaciones comenzaron a cambiar el ambiente, y se hizo evidente que lo que sucedía en el corazón de sus compañeros era tan importante como lo que sucedía en el aula.

Sin embargo, mientras el juego avanzaba, algo inesperado ocurrió. Tomás, un niño nuevo en la clase que había estado callado desde que llegó al colegio, se sentó solo en una sombra, observando sin participar. Laura lo notó y se acercó con una sonrisa amable.

"¿Te gustaría unirte a nosotros, Tomás?" - le preguntó.

"No sé, no creo que la pasen bien conmigo" - respondió, bajando la mirada.

"¡Pero claro que sí! Todos tienen algo especial que aportar. Solo necesitamos escuchar y entenderun poco más" - dijo Laura, inspirando confianza.

Después de un momento de duda, Tomás se levantó y se unió a uno de los grupos. Muy tímido, pero con la voz firme, comenzó a actuar. Y entonces, algo mágico sucedió: los otros niños comenzaron a animarlo.

"¡Bien hecho, Tomás!" - exclamó Sofía.

Poco a poco, el nuevo se sintió acogido, y esa conexión creció en el grupo. Al final de la jornada, Laura reunió a todos para compartir sus reflexiones.

"¿Qué aprendieron hoy?" - preguntó, con la voz cálida.

"¡Que lo que sentimos es importante!" - expresó María.

"Y que podemos ayudar a otros solo escuchando" - agregó Nicolás.

Tomás, con una chispa en sus ojos, se atrevió a hablar:

"Aprendí que también puedo ser parte de esto. No estoy solo".

Laura sonrió, y vio cómo la magia de la empatía había florecido en su clase. No solo les había enseñado algo nuevo académicamente, sino que también había creado un lazo sincero entre ellos.

Y así, gracias a la profesora Laura y el Rincón de la Empatía, los niños aprendieron a valorar no solo sus sentimientos, sino también los de los demás, creando un ambiente más cálido y unido en su colegio. Al final del año escolar, todos se convirtieron en grandes amigos, siempre listos para escuchar y apoyar a cada uno.

Así, en aquel pequeño colegio de Buenos Aires, la empatía no solo se convirtió en una lección, sino en el hilo que unía a todos los corazones.

FIN.

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