El Río de la Vida
Era un día soleado y cálido cuando Leo y su abuela decidieron pasear por el campo. Los pájaros cantaban y el viento suave acariciaba sus rostros mientras los caminos de tierra los llevaban a un viejo roble, bajo el cual la abuela siempre adoraba descansar.
- Mirá qué hermoso está el campo hoy, Leo - dijo la abuela, sentándose bajo la sombra del árbol, con una expresión de paz en su rostro.
Leo, curioso como siempre, se sentó a su lado y la observó.
- Abuela, ¿por qué la gente se va? - preguntó Leo, rompiendo el silencio con un tono de melancolía.
La abuela lo miró y le sonrió con dulzura, como si supiera que esa pregunta llegaría en algún momento. Lo abrazó, envolviéndolo en su calor y tranquilidad.
- Los humanos son como las hojas de este viejo roble - comenzó a explicar - nacemos, crecemos, y luego, algunas hojas se tornan amarillas y a veces se desprenden para hacer un nuevo camino. Es parte de la vida, Leo.
Leo lo pensó por un momento, observando las hojas que caían lentamente del árbol.
- Pero, ¿no duele que se vayan? - preguntó, sus ojos reflejando una mezcla de tristeza y curiosidad.
- Entiendo que puede doler - contestó su abuela - pero recordá que cada hoja deja su huella en el árbol y en los que colman su sombra. Además, esas hojas, en su viaje, ayudan a que otros seres vivos crezcan. La vida es como un río, Leo, siempre en movimiento.
Los ojos de Leo se iluminaron un poco ante esa imagen.
- ¿Un río? - insistió, intrigado.
- Sí - continuó la abuela, mirando el horizonte - imagina que al principio el río es pequeño, pero va creciendo hasta hacerse grande. En su camino, se encuentra con montañas, caminos y otros ríos. Así es nuestra vida: llena de giros y viajes, pero siempre fluyendo hacia adelante.
Leo sintió cómo sus dudas se disipaban un poco.
- Entonces, cuando alguien se va, ¿significa que va a vivir nuevas aventuras en el río? - preguntó, con un tono esperanzado.
- Exactamente, mi amor. Y si nosotros miramos el río con amor, vamos a recordar siempre las risas, los momentos felices, y sus enseñanzas - explicó la abuela, acariciando el cabello de Leo.
Leo sonrió, empezando a entender que, aunque el río pueda llevarse a algunos, sus recuerdos siempre fluirían juntos a él.
Justo en ese momento, un grupo de mariposas multicolores comenzó a danzar alrededor del viejo roble. Leo se levantó, emocionado.
- ¡Mirá abuela! ¡Mariposas! - exclamó, corriendo detrás de ellas. La abuela lo siguió, sintiendo que su corazón se llenaba de alegría al ver a su nieto bailar entre las mariposas.
- ¡Parece que son ellos quienes nos dicen adiós! - gritó Leo, con risas y felicidad.
- Y también nos muestran que siempre hay belleza, incluso en las despedidas - agregó su abuela, disfrutando del momento.
Después de un rato de juegos, el sol comenzó a ocultarse tras las montañas.
- Bueno Leo, ya es hora de regresar a casa - sugirió la abuela.
Leo asintió, recordando lo que había aprendido bajo el viejo roble.
- ¿Sabés qué abuela? Me gusta pensar que nuestra vida es un hermoso río lleno de sorpresas. - dijo Leo con una gran sonrisa.
La abuela lo abrazó una vez más, encantada por la sabiduría de su nieto.
- Y en ese río, siempre serás parte de mí, Leo. Cada aventura en el río también será una aventura en mi corazón. - concluyó.
Y así, mientras regresaban a casa, ambos comprendieron que el río de la vida, aunque a veces lleve a nuestras hojas más queridas, siempre trae nuevas alegrías y enseñanzas.
FIN.