El Rítmico Vuelo de las Moscas



En un pequeño pueblito llamado Villa Esperanza, los días se tornaron difíciles. Desde hacía semanas, una plaga de moscas había invadido cada rincón, volando ruidosamente, interrumpiendo las comidas, y molestando a grandes y chicos. El alcalde, don Ramiro, decidió que era hora de actuar.

"¡Vecinos!" - proclamó en la plaza central "Convoco a todos a un concurso: quien cace más moscas en una hora, se llevará un fabuloso premio!"

Los habitantes de Villa Esperanza se entusiasmaron. Todos se prepararon con frascos, redes y trampas. Entre ellos estaba Emiliano, un niño pobre que vivía en un viejo carromato ya cubierto de polvo. La gente siempre lo miraba con desdén, pero Emiliano tenía algo especial: una curiosidad infinita.

Cuando comenzó el concurso, los adultos se lanzaron a atrapar moscas sin parar. Emiliano, en cambio, se detuvo un instante a observar.

"¿Por qué vuelan así?" - se preguntó mientras miraba a las moscas danzando y zumbando en el aire.

Se dio cuenta de que las moscas tenían un ritmo particular, como si estuvieran bailando. Emiliano decidió seguir el vuelo de una mosca en especial, y pronto, se encontró atrapado en un juego: intentó imitar su danza con movimientos suaves y fluidos.

"No se trata de cazar, se trata de seguir la música de las moscas", pensó.

Mientras los demás seguían atrapando moscas enojados y frustrados, Emiliano comenzó a moverse en círculos, su cuerpo marcando el ritmo de las pequeñas criaturas. Esa frescura lo llevó a capturar más que nadie, a medida que su alegría lo guiaba.

Al final de la hora, el alcalde se reunió con todos.

"¡Y el ganador es... Emiliano!" - anunció don Ramiro con un aire de sorpresa.

Todos quedaron atónitos. Emiliano, por su parte, sonrió tímidamente. La multitud aplaudió, pero también había murmullos.

"¿Cómo pudo ganar un niño sin hogar?" - decía la gente.

"Quizás sea suerte," - respondía otro.

Emiliano, sin embargo, sabía que había algo más. Cuando fue a reclamar su premio, le ofrecieron un enorme frasco de dulces. En lugar de llevárselos, Emiliano tuvo una idea.

"Si las moscas son las culpables, también podemos ayudarlas a irse. ¡Hagamos un mural enorme en la plaza!" - sugirió.

Los adultos lo miraron confundidos.

"¿Un mural? ¿Pero por qué...?" - preguntó doña Clara, la panadera.

"¡Porque si creamos algo hermoso, las moscas se irán a las flores!" - argumentó Emiliano "Vamos a mostrarles el arte y la música que llevamos dentro. Ven, sigamos el ritmo de las moscas. ¡Dejemos que ellas nos enseñen!".

El pueblo le prestó atención y siguió su idea. Con un gran frasco de pintura, medios de comunicación traídos por el alcalde, y los deliciosos dulces de Emiliano, comenzaron a crear un enorme mural de una danza de flores, color y vida. Mientras lo hacían, todos comenzaron a disfrutar y olvidarse de la plaga de moscas.

Día tras día, organismos, plantas y flores florecieron en la plaza. Las moscas comenzaron a desaparecer, pero Emiliano se había ganado el respeto de todos. El mural se convirtió en una obra colectiva, y Villa Esperanza renació con una energía vibrante.

Al final, Emiliano comprendió que el concurso no era solo para ver quién cazaba más moscas, sino para que todos en el pueblo aprendieran a trabajar juntos, a seguir los ritmos de la vida, y a hacer algo bello a partir de un problema. Juntos, celebraron la fiesta del arte donde todos bailaron y rieron. Con sonrisas, ahora compartían dulces bajo la sombra del mural que había reunido a un pueblo ya dividido.

FIN.

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