El Ritmo de la Amistad



Era un día soleado en el barrio de La Boca, y la plaza se llenaba de risas y música. Los colores del lugar eran tan alegres como los corazones de sus habitantes. Ese día había batucada, un evento que prometía diversión y energía.

Celeste, una niña curiosa y llena de vida, no podía dejar pasar la oportunidad. Con su tambor en mano, se acercó a la plaza.

"¡Hola! ¿Qué tal?" - saludó a un grupo que ya estaba ensayando.

Denis, un niño del grupo, le sonrió y le dijo:

"¡Hola! Soy Denis, bienvenida. Vení a tocar con nosotros, ¡es muy divertido!"

Celeste miró emocionada a su alrededor. Vio a niños de diferentes edades, todos moviéndose al ritmo de los instrumentos. Era un mundo lleno de alegría y colores.

Mientras tanto, Daniel, un chico un poco más grande, estaba afinando su conga en un rincón. Era un niño que, a pesar de tener un carácter un poco reservado, siempre había encontrado en la música su mejor manera de expresarse. Justo cuando terminó de ajustar su instrumento, escuchó las risas y decidió acercarse.

"Hola, ¿quieres unirte a nosotros?" - preguntó a Celeste.

"Sí, me encantaría, pero nunca he tocado en una batucada antes." - respondió un poco nerviosa.

"No te preocupes, aquí todos aprendemos juntos. Yo puedo mostrarte algunos ritmos básicos." - ofreció Daniel, sonriendo.

Celeste se sintió aliviada y decidió acercarse a él. Juntos comenzaron a experimentar con los ritmos, y mientras tocaban, Daniel le enseñaba a seguir el compás. Los dos compartían risas y nuevos descubrimientos en la música.

Pasaron las horas y más niños se sumaron. La plaza se convertía en un mar de tambores y sonrisas. De repente, un giro inesperado sucedió cuando llegó un grupo de adultos para compartir su música.

"¡Queremos hacer un desfile!" - gritó uno de ellos.

Todos se animaron; sería la primera vez que los niños de la plaza se unirían a adultos para hacer un desfile musical. Sin embargo, había un problema. Daniel, que había estado muy emocionado, se dio cuenta de que se había olvidado de su tambor en casa.

"¡Oh no! Mi tambor está lejísimos. Sin él, no puedo tocar en el desfile." - se lamentó Daniel.

Celeste, que había estado observando con atención, levantó la mano.

"¡Puedo compartir el mío!" - exclamó.

"¿De verdad? ¿Estás segura?" - preguntó Daniel, sorprendido.

"Claro, ¡somos un equipo!" - sonrió Celeste.

La idea de compartir su instrumento hizo que la emoción volviera a brotar. Ambos se unieron a los demás, y al marchar juntos, sentían que la música los unía más que nunca. Aquella jornada, Daniel y Celeste se dieron cuenta de que juntos eran más fuertes y que la música podía generar lazos de amistad inquebrantables.

Cuando el desfile terminó, todos aplaudieron emocionados. Desde ese día, Celeste y Daniel se volvieron inseparables. Juntos, continuaron aprendiendo y experimentando con la música, descubriendo no solo ritmos, sino también el valioso significado de la amistad: compartir momentos, risas y aprender de los demás.

Así, en cada batucada, no solo sonaban los tambores, sino también el latido de una hermosa amistad que duraría por siempre.

FIN.

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