El Ritmo de Nuestra Cultura



Marcelino era un niño mayo–yoreme que asistía a una escuela multigrado en su comunidad. A pesar de estar rodeado de la rica cultura de su pueblo, Marcelino y sus compañeros de clase a menudo se sentían desanimados porque las expresiones de su cultura no eran valoradas en la escuela. La maestra Gaudencia enseñaba en español y, aunque era cariñosa y dedicada, no siempre entendía la importancia de las tradiciones y prácticas culturales de sus alumnos.

Un día, la maestra Gaudencia organizó una actividad para que los niños realizaran sonidos rítmicos usando útiles escolares. Marcelino y sus amigos se sintieron un poco incómodos al principio, pensando que esta actividad no tenía nada que ver con su cultura. Sin embargo, recordaron las historias de sus abuelos sobre la danza del venado, una danza tradicional mayo–yoreme que celebraba la conexión con la naturaleza y los animales. Entonces, decidieron poner todo su corazón en la actividad y, en lugar de simplemente hacer sonidos con los útiles escolares, crearon ritmos que reflejaban la danza del venado y otras prácticas culturales de su pueblo.

Durante la presentación, los niños cerraron los ojos y se dejaron llevar por el ritmo, moviéndose con gracia y fuerza, como si estuvieran bailando en el bosque. Al ver la pasión y la conexión con la cultura de sus alumnos, la maestra Gaudencia quedó impresionada. Se dio cuenta de que había subestimado la belleza y el valor de las tradiciones de la comunidad de Marcelino. Desde ese día, la maestra se esforzó por incluir más actividades que permitieran a los niños expresar y celebrar su cultura en el aula.

Marcelino y sus amigos se sintieron orgullosos de haber compartido algo tan especial con sus compañeros y su maestra. A partir de entonces, cada viernes, la clase se convertía en un escenario donde la diversidad cultural se celebraba a través del ritmo y el movimiento. Los niños aprendieron a valorar y respetar sus propias raíces, al mismo tiempo que compartían su herencia cultural con los demás. La escuela se transformó en un lugar donde cada expresión cultural era apreciada y celebrada, recordándoles a Marcelino y sus amigos que su identidad y su herencia eran una fuente inagotable de belleza y orgullo.

FIN.

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