El Ritual del Bosque Oscuro
Era una tarde nublada en la escuela primaria de Villa Clara, y un grupo de cuatro amigos, Lucas, Sofía, Tomás y Ana, decidió explorar la parte de atrás del colegio. Allí había un pequeño bosque que siempre había sido objeto de rumores extraños. Algunos decían que estaba encantado, otros que era el hogar de fantasmas, pero a ellos les parecía un lugar perfecto para realizar un ritual de aventura.
-Lucas, ¿estás seguro de que esto es una buena idea? -preguntó Sofía, con un ligero temblor en la voz.
-Solo es un juego, Sofía. Además, tenemos que ser valientes -respondió Lucas con una sonrisa confiada.
Tomás, siempre entusiasta, empezó a juntar ramas y hojas, creando un pequeño altar en el suelo.
-¡Vamos! ¡Esto será increíble! -exclamó mientras Ana venía de retorno con un ovillo de hilo rojo que había encontrado en la casa de su abuela.
-Esto simboliza la amistad -dijo Ana, emocionada. -No hay nada que temer.
Se sentaron en círculo alrededor del altar improvisado. Con las manos unidas, comenzaron a recitar un poema que habían inventado para la ocasión.
-Que los espíritus del viento nos escuchen y nos guíen -dijeron al unísono.
De repente, una ráfaga de viento helado pasó entre ellos, y las ramas crujieron ominosamente. Sofía sintió un escalofrío recorrer su espalda.
-No me gusta esto -susurró, pero todos estaban tan atrapados en la emoción que no la escucharon.
Cuando terminaron de recitar, Tomás propuso una búsqueda.
-¿Quién se atreve a ir al árbol más alto y traer una hoja? -preguntó, retador.
Yo voy -dijo Lucas, creyendo que todo era pura diversión. Trepó por el tronco, pero cuando llegó a la cima, se detuvo. Miró hacia abajo y se dio cuenta de que el bosque parecía más grande de lo que recordaba.
-Chicos, ¡no puedo bajar! -gritó, y su voz sonó extraña entre la vegetación.
-¿Qué decís, Lucas? ¡Bajá! -gritó Sofía llena de preocupación.
Pero Lucas no podía moverse, algo parecía sostenerlo allí arriba. En ese momento, una sombra oscura se deslizó entre los árboles, y los otros niños sintieron un aire gélido. Sofía, ahora aterrorizada, empezó a llorar.
-¡Vamos, Lucas, bajá! -dijo Ana, asustada.
-En este bosque, hay más cosas de las que imaginamos -afirmó Tomás, quien nunca había creído en esas historias hasta ahora.
Con miedo, los niños comenzaron a retroceder, pero, para su horror, un susurro interrumpió el silencio.
-¿Por qué tienen miedo? -decía una voz suave pero escalofriante.
-¿Quién es? -preguntó Sofía, todas sus palabras entrecortadas por el terror.
-¡Vamos, chicos! ¡A la escuela! -gritó Lucas, finalmente logrando descender del árbol con un esfuerzo. Pero no había tiempo para pensar. Un frío helado envolvió el lugar y el viento empezó a aullar.
Cada uno de ellos comenzó a correr hacia la escuela, sintiendo que algo los perseguía. Cuando llegaron a la puerta, el aire se volvió pesado y tenso. Se detuvieron, jadeando.
-¿Qué fue eso? -preguntó Tomás, con la mirada desorbitada.
-No lo sé, pero no quiero volver nunca más ahí -respondió Ana, aún asustada.
-¿Y si lo que hicimos no fue solo un juego? -preguntó Sofía con voz temblorosa.
Los niños, juntos, decidieron que, aunque lo de esa tarde había resultado aterrador, necesitaban aprender de la experiencia. Tal vez el bosque no estaba encantado, pero había enseñado algo importante: el verdadero valor no está en desafiar lo desconocido, sino en comprender que hay límites que no debemos cruzar.
-Así que, ¿qué hacemos ahora? -preguntó Tomás con una leve sonrisa.
-Hagamos algo diferente la próxima vez, quizás una tarde de juegos -sugirió Sofía, aliviándose poco a poco.
Y así, la próxima vez que se reuniendo, no hicieron un ritual ni invocaron espíritus. En cambio, comenzaron a contar historias de aventuras y, aunque una parte de ellos nunca olvidaría aquella experiencia, aprendieron a valorar la amistad más que a buscar en lo oculto.
A veces, lo desconocido puede ser aterrador, pero la verdadera magia reside en los lazos que construimos con nuestras decisiones y acciones.
FIN.