El Rugido del Corazón
Era un soleado día en la selva, y todos los animales estaban en sus actividades diarias. Sin embargo, Pedro, el león, no estaba en sus mejores momentos. Se sentía un poco mal, y su rugido sonaba más como un suave ronroneo.
"¡Hola, Pedro! ¿Estás bien?" - preguntó Luis el pingüino, que había nadado desde el lago cercano en busca de aventuras.
"No lo sé, Luis... no me siento muy fuerte hoy. Mi rugido no es como antes, y me siento inseguro" - respondió Pedro, con la cabeza gacha.
Kiara y Kira, las gemelas perritas, entraron emocionadas corriendo.
"¡Vamos, Pedro! ¡Tienes que rugir! ¡Eres el rey de la selva!" - exclamó Kira.
"Pero, ¿y si me escuchan? ¡Pueden reírse de mí!" - contestó Pedro, mirando hacia el suelo.
"¡No! Eso no puede pasar, tus amigos siempre estarán contigo, pase lo que pase" - aseguró Pom Pom, el conejo, mientras saltaba de un lado a otro.
Juan, el gusanito, que estaba más cerca de la tierra, se asomó entre las hojas.
"Pedro, lo que importa no es el sonido que hagas, sino el corazón que pones para hacerlo" - dijo Juan con su voz suave.
"Sí, Juan tiene razón. ¡Vamos a apoyarte!" - dijeron Kiara y Kira al unísono.
Pedro sintió un ligero alivio al saber que tenía amigos que lo querían por lo que era, no por cómo sonaba. Sin embargo, aunque sus amigos lo apoyaban, todavía no se sentía listo.
Esa tarde, decidieron organizar un pequeño concurso. Cada uno de sus amigos debía hacer un sonido que representara su personalidad.
"Yo saltaré y rugiré como un león, porque siempre quiero ser audaz" - dijo Pom Pom, mientras mostraba su mejor salto.
"¡Yo me arrastro y hago un ruido suave, como una melodía!" - agregó Juan, moviéndose lentamente pero con gracia.
Las gemelas perritas ladraban juntas, llenas de energía:
"¡Guau, guau! Nosotros también estamos aquí para hacer ruido!"
Finalmente, llegó el turno de Pedro. Se sentó en el centro, miró a sus amigos y pensó en lo que habían dicho.
"Está bien, lo intentaré..." - susurró antes de levantar su cabeza y abrir la boca. En lugar de un rugido fuerte, pasó algo diferente. Un sonido amoroso salió de su interior. Era un suave pero poderoso Miau.
Los ojos de todos se abrieron de par en par. No podían creer que Pedro, el rey de la selva, hubiera emitido un sonido diferente.
"¡Eso fue increíble!" - gritó Kiara, saltando de alegría.
"¡Así se habla, Pedro! No importa cómo suene, es lo que tienes en tu corazón lo que cuenta" - dijo Kira, moviendo su cola con emoción.
Pedro sonrió, sintiendo que su inseguridad se desvanecía. Sus amigos lo aplaudieron y lo animaron. Se dio cuenta de que, aunque no debía rugir como un león, tenía su propio estilo, y eso era completamente aceptable.
Al día siguiente, cada vez que Pedro se sentía inseguro, recordaba aquel día y el sonido que había hecho. Poco a poco se fue sintiendo mejor y su rugido empezó a regresar.
"¡Miau-rugido!" - practicaba, y todos reían alegres. La inseguridad de Pedro había cambiado a confianza, todo gracias al apoyo de sus amigos, quienes lo habían aceptado tal como era.
Y así, Pedro aprendió una valiosa lección: no siempre se trata de ser el mejor, sino de ser auténtico y rodearse de quienes te quieren tal como eres.
FIN.