El rugido del silencio



Había una vez en la selva un león llamado Ruido. Era conocido por su potente rugido que se escuchaba a kilómetros de distancia.

Sin embargo, un día, Ruido se despertó y descubrió que no podía emitir ni siquiera el más mínimo sonido. Ruido estaba muy triste porque ya no podía comunicarse con los demás animales de la selva. Intentaba rugir, pero solo salían suspiros débiles y silenciosos. Los demás animales notaron su problema y decidieron ayudarlo.

El mono Saltarín fue el primero en acercarse a Ruido. Lo miró con ternura y dijo: "No te preocupes, amigo león. Yo tengo una idea para curarte".

Saltarín corrió rápidamente hacia su árbol favorito y regresó con unas hojas verdes. Saltarín explicó que esas hojas tenían propiedades curativas especiales y que al masticarlas liberaban un líquido mágico capaz de sanar cualquier mal en las cuerdas vocales. Ruido aceptó probarlas sin dudarlo.

Pasaron los días y Ruido seguía afónico, pero ahora tenía un saborcito a hierbas en su boca. El elefante Trompita se acercó con delicadeza y preguntó: "¿Has probado el agua del río? A veces puede tener propiedades curativas".

Ruido asintió emocionado e hizo señas para seguirlo hasta el río cercano. Se sumergió en sus aguas cristalinas durante horas mientras los demás animales esperaban ansiosos en la orilla. Cuando finalmente emergió, Ruido abrió su boca y trató de rugir.

Pero nuevamente solo salieron suspiros. Los animales se miraron preocupados, pero no se dieron por vencidos.

La tortuga Sabia, la más anciana de la selva, se acercó lentamente y dijo: "Ruido, a veces el silencio es una oportunidad para escuchar lo que realmente importa". Todos los animales quedaron sorprendidos ante las palabras sabias de la tortuga.

Decidieron llevar a Ruido al lugar más tranquilo de la selva, donde solo se escuchaban los sonidos suaves de las hojas movidas por el viento y el canto distante de los pájaros. Allí permanecieron en silencio durante días, esperando un milagro. Una mañana soleada, cuando todos estaban descansando bajo la sombra de un árbol gigante, Ruido sintió una extraña vibración en su garganta.

Con cuidado abrió la boca y dejó escapar un pequeño ruidito. Los demás animales saltaron emocionados y comenzaron a aplaudir. Ruido sonrió tímidamente mientras recuperaba poco a poco su voz perdida. Pronto volvió a rugir con fuerza y alegría.

Desde ese día, Ruido aprendió a valorar cada palabra que pronunciaba y nunca más dio por sentado el poder de su voz. Los demás animales también aprendieron lo importante que era apoyarse mutuamente en momentos difíciles.

Y así fue como en esa pequeña parte del mundo animal se formó una gran familia donde todos entendían que juntos podían superar cualquier obstáculo.

Y cada vez que alguien necesitaba ayuda, los animales de la selva estaban allí para brindar su apoyo.

FIN.

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