El ruiseñor y la rosa roja


Había una vez en un hermoso jardín, un ruiseñor cantor que llenaba de alegría a todos los seres que habitaban en él.

Este ruiseñor era conocido por su canto melodioso y su corazón generoso, siempre dispuesto a ayudar a quienes lo necesitaran. Un día, una rosa blanca escuchó al ruiseñor cantar y se sintió conmovida por la belleza de su voz.

La rosa anhelaba ser roja para poder expresar su amor por un joven estudiante que pasaba cada día frente al jardín. Pero no sabía cómo lograrlo. El ruiseñor, al notar la tristeza de la rosa, decidió ayudarla. "-Querida rosa, no te preocupes.

Esta noche te traeré el color más intenso y brillante que jamás hayas visto", dijo el ruiseñor con determinación. Así pues, aquella noche el ruiseñor emprendió un viaje en busca del color rojo más puro y brillante.

Voló por valles y montañas hasta encontrar una joya preciosa que contenía el tono deseado. Con mucho esfuerzo, arrancó uno de sus rubíes y regresó al jardín. Con delicadeza, el ruiseñor colocó el rubí en las raíces de la rosa blanca.

Al instante, la flor comenzó a transformarse adquiriendo un color rojo intenso y deslumbrante. La rosa estaba radiante de felicidad. "-¡Gracias, querido ruiseñor! Ahora podré expresar mi amor al joven estudiante", exclamó la rosa emocionada.

Sin embargo, cuando el joven vio la rosa roja en el jardín al día siguiente, solo se limitó a murmurar: "Qué bonita es esta rosa roja". Y siguió su camino sin prestarle mayor atención. La rosa se entristeció al ver que sus esfuerzos habían sido en vano.

El ruiseñor sintió pesar por ella pero recordó algo importante: lo verdaderamente valioso es haber dado todo con amor sin esperar nada a cambio. "-Querida amiga -dijo el ruiseñor-, recuerda que lo importante no es cómo nos ven los demás sino cómo nos sentimos nosotros mismos".

La rosa reflexionó sobre las palabras del ruiseñor y comprendió que su verdadero valor radicaba en su transformación interna y en haber experimentado el amor incondicional hacia otro ser vivo.

Desde ese día en adelante, la rosa blanca convertida en roja irradiaba luz propia gracias al gesto generoso del ruiseñor cantor. Ambos siguieron viviendo en armonía dentro del hermoso jardín, compartiendo sus dones únicos con todos aquellos que tuvieran la fortuna de cruzarse en su camino.

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