El sabor de la amistad


Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Helada, un niño llamado Óscar. A Óscar le encantaba el helado más que cualquier otra cosa en el mundo.

Todos los días, sin falta, pedía a su mamá un cucurucho de helado de chocolate con almendras. Un día, mientras Óscar disfrutaba de su helado favorito en la plaza del pueblo, se acercó a él Lucas, un niño nuevo en la ciudad que no parecía muy contento.

- ¿Qué te pasa, Lucas? -preguntó Óscar con curiosidad. - No tengo amigos aquí y me siento solo -respondió Lucas con tristeza. Óscar sintió empatía por Lucas y decidió hacer algo al respecto.

Sabía que compartir su amor por el helado podría ser el inicio de una gran amistad. Entonces, le ofreció a Lucas un poco de su helado. - Toma, pruébalo. ¡Es delicioso! -dijo Óscar con una sonrisa. Lucas aceptó tímidamente y probó el helado.

Sus ojos se iluminaron al instante y esbozó una amplia sonrisa. - ¡Wow! ¡Está riquísimo! Gracias, Óscar -exclamó Lucas emocionado. Desde ese día, Óscar y Lucas se volvieron inseparables. Compartían sus gustos, juegos y aventuras juntos.

Pero un día todo cambió cuando llegó al pueblo una feroz tormenta de nieve que dejó a todos atrapados en sus casas. Con valentía y determinación, Óscar decidió hacer algo especial para animar a todos en medio de la tormenta.

Con la ayuda de su mamá, prepararon montones de cucuruchos de helado para regalar a sus vecinos necesitados.

Cuando salieron a repartir los helados entre la nieve y el viento frío, vieron cómo los rostros preocupados se iluminaban al probar ese dulce gesto de bondad. La solidaridad se apoderaba del pueblo gracias a la iniciativa generosa de Óscar. Finalmente, la tormenta pasó y el sol brillaba nuevamente sobre Villa Helada.

Los vecinos recordarían por siempre aquel acto tan generoso e inspirador realizado por un niño con un corazón tan grande como su amor por el helado. Y así fue como Óscar comprendió que compartir lo que más amamos puede traer alegría no solo a nosotros mismos sino también a quienes nos rodean.

Desde entonces, cada vez que comía helado recordaba esa gran lección: la verdadera felicidad está en dar amor y compartirlo con los demás.

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