El Sabor de la Amistad
En un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, todos los domingos, el padre Lucas se preparaba para celebrar la eucaristía en la iglesia del barrio. Era un sacerdote amable, siempre con una sonrisa y muchas historias que compartir. Todos los niños y adultos lo querían, y nunca faltaban a misa para escuchar sus enseñanzas.
Un domingo soleado, el padre Lucas se dio cuenta de que la iglesia no estaba tan llena como de costumbre. Solo algunos fieles estaban sentados en los bancos de madera. Mientras esperaba que más personas llegaran, decidió contarles una historia para animar el ambiente.
"Hoy les voy a relatar la historia de un pequeño pez llamado Pipo que vivía en el río de nuestro pueblo", comenzó el padre Lucas.
Los niños, intrigados, se acercaron un poco más al altar.
"Pipo era un pez muy curioso que siempre se preguntaba por qué los otros peces no querían jugar con él. Un día, decidió aventurarse más allá de su pequeño rincón del río. Se encontró con una tortuga llamada Tula, quien se había quedado atrapada en unos arbustos".
Los ojos de los niños brillaban al escuchar al padre Lucas.
"Pipo, con su pequeño tamaño, nadó rápidamente para ayudarla. Juntos lograron liberarla. Tula, agradecida, le dijo: ‘Gracias, Pipo. Eres un verdadero amigo’. Desde ese día, Pipo y Tula se volvieron inseparables, jugando y explorando el río juntos".
A medida que contaba la historia, el padre Lucas notó que algunos vecinos comenzaban a asomarse, atraídos por el entusiasmo.
"Y así, Pipo aprendió que la amistad se construye ayudando a los demás. Ahora, por fin tenía amigos con quienes compartir aventuras".
Cuando terminó la historia, había más gente en la iglesia. La atmósfera se sentía cálida. Sin embargo, mientras el padre Lucas se preparaba para la misa, recibió una visita inesperada: la señora Rosa, la panadera del pueblo, llegó corriendo.
"¡Padre Lucas! Olvidé traer el pan que íbamos a usar para la eucaristía. ¡No sé qué hacer!"
El padre Lucas, en lugar de preocuparse, sonrió.
"No te preocupes, Rosa. A veces los imprevistos nos regalan nuevas oportunidades. ¿Qué te parece si hacemos el pan juntos cuando termine la misa?".
Los niños miraban con ojos grandes, imaginándose la posibilidad de hacer pan con la panadera.
"¡Yo quiero ayudar!" gritó Juanito.
"Yo también!" agregó Laura.
El padre Lucas decidió que, después de la misa, harían un taller de cocina para todos los niños y sus familias, donde aprenderían a hacer el pan juntos. La idea les encantó a todos.
Con el ánimo elevado, comenzaron la misa. Mientras el padre Lucas consagraba el pan y el vino, pensaba en lo importante que era compartir no sólo el alimento, sino también el amor.
Después de la ceremonia, todos los asistentes se reunieron en la cocina de la iglesia. La señora Rosa les enseñó a mezclar la harina, el agua y la levadura, mientras el padre Lucas les contaba más sobre Pipo y Tula.
"¿Saben? A veces, solo hace falta un poco de harina y un poco de amor para crear algo especial", dijo el padre Lucas mientras todos se reían y disfrutaban del proceso de hacer pan.
Al final de la jornada, no solo habían hecho una gran cantidad de pan, sino que también habían creado un lazo de amistad que uniría aún más a la comunidad.
"Hoy hemos aprendido que la verdadera celebración no está solo en la iglesia, sino en la unión y en los momentos compartidos con nuestros amigos", concluyó el padre Lucas.
Y así, cada domingo en Villa Esperanza, no solo se celebraba la eucaristía, sino que también se seguía fomentando la amistad y la colaboración entre ellos, pues cada uno tenía un lugar especial en el corazón de la comunidad.
FIN.