El sabor de la felicidad compartida
Había una vez dos amigos, Gael y Mako, que amaban los helados de colores. Cada vez que pasaban por una heladería, se detenían para ver los sabores más coloridos y brillantes.
- ¡Mira ese helado de fresa con chispas de arcoíris! -exclamó Gael señalando el escaparate. - ¡Y ese de limón con trocitos de galleta! -respondió Mako emocionado. Un día, mientras caminaban por el parque, vieron a un niño triste sentado en un banco.
Se acercaron a él para preguntarle qué le sucedía. - Perdí mi pelota favorita y no puedo encontrarla -dijo el niño con lágrimas en los ojos. Gael y Mako sintieron mucha empatía por el niño y decidieron ayudarlo a buscar la pelota.
Durante la búsqueda, encontraron una tienda muy especial donde hacían helados mágicos. - ¡Miren esos helados! -exclamó Gael señalando hacia la tienda-. Son del tamaño de una pelota como la tuya.
El niño sonrió al instante al escuchar eso y juntos entraron en la tienda.
El dueño les mostró los sabores más especiales: uno que cambiaba de color cada vez que lo lamías, otro que tenía sorpresas dentro del mismo helado y uno más grande que podían compartir entre los tres amigos. Compartiendo el enorme helado mágico entre ellos, empezaron a hablar sobre cómo hacer felices a las personas cuando están tristes o preocupadas.
Los tres amigos llegaron a una conclusión importante:- A veces es importante ponerse en el lugar de los demás y hacer cosas que les hagan felices -dijo Mako. - Y nunca se sabe, tal vez algo tan simple como un helado mágico pueda cambiar el día de alguien -añadió Gael.
Desde ese día en adelante, Gael y Mako no solo disfrutaban de los helados por su sabor, sino también por la alegría que podían llevar a las personas.
Cada vez que veían a alguien triste o preocupado, les ofrecían un helado mágico para ayudarles a sentirse mejor. Con su pequeño gesto, lograron hacer felices a muchas personas y así aprendieron una valiosa lección: ¡un poco de amor y un helado mágico pueden hacer maravillas!
FIN.