El Saltarín Conejito y la Aventura del Bosque
En un pueblito tranquilo, rodeado de verdes praderas y flores coloridas, vivía un conejito llamado Blanquito. Tenía un pelaje tan blanco y brillante que, por las mañanas, los rayos del sol lo hacían brillar como un diamante. Blanquito era juguetón y le encantaba saltar de un lado a otro, pero también era muy desobediente. Su madre, la señora Coneja, siempre se preocupaba por su comportamiento.
"Blanquito, querido, no te alejes mucho del hogar. Es peligroso perderse en el bosque", le decía su madre mientras le peinaba el pelaje.
"Pero mamá, el bosque es tan divertido y hay tanto por descubrir!", respondía el conejito mientras movía su colita con entusiasmo.
Un día, mientras jugaba en el jardincito detrás de su casa, Blanquito decidió saltar hacia el bosque, ignorando las advertencias de su madre. Mientras corría entre los árboles, encontró un claro lleno de flores hermosas y mariposas de colores.
"¡Mirá cuántas mariposas!", exclamó emocionado.
"Esto es increíble!"
Mientras saltaba y se divertía, escuchó una voz suave. Era una tortuga llamada Doña Tula, que lo observaba desde un tronco.
"Hola, pequeño conejito. A veces, lo divertido puede ser peligroso. Ten cuidado hacia dónde saltas", le aconsejó.
Pero Blanquito estaba tan emocionado que no le prestó atención. De repente, mientras estaba distraído con una mariposa amarilla, se dio cuenta de que estaba muy lejos de casa y que no sabía cómo regresar.
"¡Oh no! ¿Qué haré ahora?", se lamentó, comenzando a sentir miedo.
Doña Tula se acercó lentamente.
"No te preocupes, Blanquito. No está bien desobedecer a tu madre, pero podemos encontrarte el camino de regreso juntos", dijo con calma.
Blanquito se sintió avergonzado.
"Tienes razón, Doña Tula. Debí escuchar a mi mamá. ¡Vamos! Necesito tu ayuda!"
Juntos, comenzaron a buscar el camino. Doña Tula le enseñó a observar los árboles, a seguir el sonido del río y a reconocer las huellas de otros animalitos. Aprendió a ser paciente en lugar de solo correr. Después de un rato, el conejito empezó a entender cómo orientarse en el bosque.
Finalmente, escucharon un fuerte grito de preocupación. Era su madre, que lo llamaba.
"¡Blanquito! ¡Blanquito!"
"¡Mamá!" gritó el conejito aliviado.
"Estoy aquí!"
Blanquito salió corriendo al encuentro de su madre y, cuando la vio, casi se le saltaban los ojos de felicidad.
"¡No vuelvas a hacer esto nunca más! Estuve muy preocupada!", dijo la señora Coneja, abrazándolo fuertemente.
"Lo siento, mamá. Aprendí una gran lección hoy", respondió Blanquito, mirándola a los ojos con sinceridad.
A partir de ese día, Blanquito se volvió más responsable y escuchaba los consejos de su madre. A menudo, invitaba a Doña Tula a jugar en el jardín, aprendiendo siempre de sus sabias palabras. Creció siendo un conejito suave y brillante, pero sobre todo, un conejito lleno de aventura y también de responsabilidad.
Y aunque a veces aún le daban ganas de saltar lejos, siempre recordaba las palabras de Doña Tula y el amor de su madre. Así, el pequeño Blanquito se convirtió en un conejito de grandes aventuras, ¡pero siempre cuidándose y escuchando bien los consejos de los que lo quieren!
FIN.