El sapito Antonio y la lección de la rosa



Antonio era un sapito alegre y curioso que vivía en un hermoso estanque rodeado de chirimoyos y rosas.

A Antonio le encantaba saltar de hoja en hoja, explorando cada rincón del estanque y disfrutando de las deliciosas chirimoyas que crecían cerca. Sin embargo, tenía un profundo odio hacia las rosas. No soportaba su aroma y se alejaba de ellas siempre que podía.

Un día, desafiando a sus amigos, decidió acercarse a una rosa y hacerle muecas, pero terminó haciendo caso omiso de las advertencias de sus amigos y se acercó tanto a la rosa que terminó pinchado por una de sus espinas. Antonio comenzó a llorar desconsoladamente, sin entender por qué le había sucedido algo así.

No entendía qué había hecho mal para merecer semejante dolor. Sus amigos, viendo su sufrimiento, se acercaron a consolarlo. - ¡Antonio, Antonio, tranquilo! ¿Qué te pasa? – preguntó Margarita, una simpática mariquita amiga de Antonio.

- ¡Me pinché con una espina de esa maldita rosa! ¡No entiendo por qué me pasó esto! – lloriqueó Antonio entre sollozos. - Tranquilo, amigo, es normal sentir dolor cuando nos lastimamos.

Pero recuerda que a veces obtenemos enseñanzas valiosas de las experiencias más difíciles – le explicó Lucas, una libélula sabia y comprensiva. Antonio, entre sollozos, preguntó: - ¿Enseñanzas de una espina que me lastimó? ¿Qué puedo aprender de esto? - Verás, Antonio, a veces cometemos errores al juzgar a las personas o las cosas sin conocerlas realmente.

Tú decidiste odiar a las rosas sin darles una oportunidad, y terminaste lastimado. La rosa no te lastimó a propósito, tú te lastimaste al acercarte con desdén hacia ella.

Aprende a conocer y aceptar lo diferente, y verás que el mundo se vuelve más amigable – explicó Lucas con paciencia. Antonio reflexionó sobre las palabras de sus amigos y se dio cuenta de que tenía que cambiar su actitud.

Lentamente, decidió perdonar a la rosa y comenzó a acercarse a ella con una mirada diferente. Aprendió a apreciar su belleza y a comprender que, al igual que él, la rosa era solo una criatura del estanque, merecedora de amor y comprensión.

Con el tiempo, la amistad entre Antonio y la rosa creció, y él descubrió que, en lugar de odio, lo que realmente albergaba en su corazón era miedo y falta de comprensión. Poco a poco, fue superando esa barrera y se convirtió en un sapito más amable y tolerante.

Desde entonces, Antonio ya no odiaba a las rosas, y su vida en el estanque se volvió aún más plena y feliz, rodeado de amigos diversos a quienes respetaba y quería por igual.

FIN.

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