El Secreto de Don Pablo



Era una hermosa mañana en el pueblo de Villa Esperanza. Todos los días, Don Pablo, el trabajador más querido de la plaza, se levantaba temprano para barrer las hojas secas y arreglar los juegos del parque. Pero ese día, algo extraño sucedió. Don Pablo no apareció.

Los niños esperaban impacientes para jugar en los columpios, pero al ver que Don Pablo no llegaba, comenzaron a murmurar.

"¿Dónde estará Don Pablo? Siempre viene a trabajar a esta hora", dijo Ana, una niña de trenzas doradas.

"Sí, es raro. Tal vez se olvidó de la hora", comentó Lucas, su mejor amigo.

"Ojalá no esté enfermo", agregó Mateo, preocupado.

La noticia de la ausencia de Don Pablo corrió rápido por el pueblo. Todos, desde los más pequeños hasta los adultos, se empezaron a reunir en la plaza, angustiados por su falta. Al fin, la maestra Sofía, conocida por su sabiduría, decidió que era momento de hacer algo.

"Queridos amigos, Don Pablo siempre nos ayuda. Esta vez, nosotros debemos ayudarlo. Vamos a su casa a ver qué le ocurre", sugirió.

Todos asintieron con entusiasmo y comenzaron a caminar rumbo a la casa de Don Pablo. Al llegar, tocaron la puerta, pero no obtuvieron respuesta. Entonces, Tomás, otro niño del grupo, tuvo una idea.

"¿Y si hacemos ruido para que salga?" -propuso agitando una maraca que llevaba en su mochila.

"¡Buena idea!" -gritaron todos al unísono y comenzaron a hacer bulla.

Finalmente, Don Pablo apareció en la ventana, un poco desaliñado pero con una sonrisa.

"¿Qué pasa, niños? ¿Por qué tanto ruido?" -preguntó.

"Nos preocupamos porque no viniste al trabajo. Pensamos que te habías perdido o que estabas enfermo", respondió Ana.

"No estoy perdido ni enfermo, solo me enfrenté a un pequeño problema esta mañana" -dijo Don Pablo. Todos se miraron confundidos.

"¿Qué tipo de problema?" -preguntó Lucas.

"Me desperté y no podía encontrar mi sombrero. Sin mi sombrero, no puedo trabajar en el parque. Es una especie de tradición para mí", explicó Don Pablo.

Los niños, al escuchar esto, se sintieron aliviados por la falta de un problema grave. Entonces, decidió proponer algo.

"¿Y si me ayudan a encontrarlo?" -les sugirió.

Los niños se emocionaron y comenzaron a buscar en toda la casa, moviendo muebles y revisando debajo de la cama. De repente, Mateo gritó:

"¡Lo encontré!"

Sosteniendo el sombrero de Don Pablo, que estaba escondido detrás de una planta en la sala de estar. La alegría fue desbordante. Don Pablo se lo puso y miró a los niños.

"Gracias, pequeños. Ustedes son unos verdaderos amigos. Pero ahora que tengo mi sombrero, no puedo dejar que ustedes se vayan sin aprender algo. ¡Vamos al parque!"

Los niños lo siguieron, felices. En el parque, Don Pablo les enseñó a cuidar las plantas y a conocer las diferentes especies de flores del lugar. Era su forma de agradecerles.

"Es importante cuidar de nuestro entorno, porque cada planta y cada árbol tienen su historia y su importancia", les decía mientras señalaba los árboles y las flores.

"¡Y siempre debemos trabajar juntos! Porque cuando trabajamos juntos, cualquier problema se puede resolver", agregó.

Los niños aprendieron mucho aquel día y se sintieron orgullosos de haber ayudado a Don Pablo. El sol comenzaba a caer y el pueblo sonaba con risa y alegría. Mientras regresaban a casa, todos comentaban lo bien que se habían sentido por ayudar a un amigo y por aprender algo nuevo.

"¡Hasta mañana, Don Pablo!" -gritaron mientras se alejaban.

"¡Hasta mañana, amigos! Recuerden que siempre hay soluciones para los problemas si trabajamos en grupo!" -les respondió, contento.

A partir de ese día, Don Pablo no solo se convirtió en el trabajador más querido de la plaza, sino también en el mejor amigo de los niños, quienes aprendieron la importancia de la solidaridad y el trabajo en equipo. Y, claro, siempre que alguien enfrentaba un problema, sabían que juntos podrían superarlo.

FIN.

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