El Secreto de Juan



Había una vez en un pequeño pueblo del campo un campesino llamado Juan, que un día escuchó hablar de la Ley y decidió ir a buscar al guardián para pedirle que lo dejara entrar.

Juan caminó durante horas bajo el sol ardiente hasta llegar a la imponente puerta donde se encontraba el guardián. Con voz temblorosa, le dijo: - Buen día, señor guardián. Vengo a solicitarle que me permita entrar en la Ley.

El guardián, con una mirada seria, respondió:- Por ahora no puedo dejarte entrar. Juan frunció el ceño y pensó por unos instantes.

Luego preguntó con esperanza en sus ojos:- ¿Y más tarde me permitirá ingresar? El guardián asintió con calma y le dijo:- Quizás más tarde puedas entrar. Juan se retiró desanimado pero decidido a regresar.

Pasaron los días y todas las mañanas volvía al mismo lugar para hacer la misma pregunta al guardián, quien siempre le respondía lo mismo: "Por ahora no puedo dejarte entrar". Pero Juan no se dio por vencido. Decidió esperar pacientemente cada día frente a la puerta, observando cómo otras personas llegaban y eran admitidas en la Ley mientras él seguía afuera.

Un día, cansado de esperar, Juan decidió sentarse junto al guardián en silencio.

Pasaron horas sin decir una palabra hasta que finalmente el guardián rompió el silencio:- ¿Por qué has esperado tanto tiempo aquí? Juan levantó la mirada y respondió con determinación:- He aprendido que la paciencia es una virtud importante. Estoy dispuesto a esperar todo el tiempo necesario para poder entrar en la Ley. El guardián sonrió ante las palabras de Juan y abrió de par en par las puertas.

- Has demostrado ser digno de ingresar -dijo-. La verdadera Ley está dentro de ti desde el momento en que decidiste ser paciente y perseverante. Juan entró emocionado en la Ley, donde encontró sabiduría, justicia y paz interior.

A partir de ese momento entendió que no era solo cuestión de pedir permiso para entrar, sino de estar preparado internamente para recibir lo que deseaba.

Y así, gracias a su constancia y valentía, Juan descubrió que las respuestas más importantes estaban dentro suyo todo ese tiempo; solo necesitaba aprender a escucharlas con paciencia y amor propio.

FIN.

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