El Secreto de Juan
Era una mañana soleada en el colegio del barrio. Juan, un niño de 5 años, entraba a su salón de clases. A veces, su paso era ligero, como si las nubes no le pesaran en los hombros. Pero hoy, su andar era pesado, como si llevara una mochila llena de piedras invisibles. Cuando la profesora, la señorita Ana, lo saludó con una gran sonrisa, él apenas miró hacia abajo.
"¡Buenos días, Juan!" - dijo la señorita Ana con calidez.
"Buenos días, miss" - respondió Juan, su voz casi un susurro, evitando el contacto visual.
La señorita Ana notó que Juan a veces llegaba feliz, aunque otras veces se mostraba gruñón y malhumorado. Ella sabía que detrás de su actitud había una historia que valía la pena descubrir.
Ese día, la clase tenía una sorpresa. La señorita Ana había organizado un juego en el patio con globos y cintas de colores. Los niños estaban emocionados. Sin embargo, Juan se cruzó de brazos y se quedó mirando por la ventana.
"¡Vamos, Juan!" - lo animó su amigo Tomi, tratando de sacarlo de su ensimismamiento.
Pero Juan se limitó a dar un leve giro hacia el otro lado, aún envuelto en su caparazón de mal humor.
La señorita Ana decidió acercarse a él. Sabía que, a veces, solo necesitaba un poco de atención y cariño.
"Juan, ¿quieres venir a jugar con nosotros?" - preguntó, sentándose a su lado.
"No, no tengo ganas" - contestó él, aún sin mirarla.
La profesora le sonrió como si intentara iluminar su día "¿Sabés? A veces, cuando estoy de mal humor, me gusta recordar los momentos felices. Tal vez sería divertido recordarlos juntos. ¿Te gustaría?"
Juan lo pensó por un momento. En el fondo de su corazón, había una chispa que deseaba salir a la luz.
"Bueno… tal vez…" - murmuró.
Ana continuó, "Cuando era pequeña, me encantaba jugar a los globos.
Cada vez que me sentía triste, recordaba lo livianos que eran y cómo podíamos dejarlos volar al cielo. ¿Querés intentarlo?"
Los ojos de Juan se iluminaron brevemente al imaginar cómo sería dejar ir un globo.
"Seguro, pero no quiero que se me escape" - dijo Juan, un poco más animado.
Ella tomó un globo de una caja que había llevado y le mostró cómo inflarlo. Juan observó con atención y, al final, se animó a inflar su propio globo, que inmediatamente se elevó y danzó por el aire.
"¡Mirá cómo vuela!" - exclamó Juan, olvidándose de su mal humor al ver cómo su globo se unía a los demás en el cielo azul.
Finalmente, la señorita Ana los llevó al patio y, junto a sus compañeros, Juan se unió al juego. El espacio se llenó de risa, colores y gritos de alegría. Su corazón, que antes se sentía pesado, comenzó a aligerarse con cada risa y cada abrazo de sus amigos.
Después de un rato, cuando el juego terminó, Juan se acercó a la señorita Ana.
"Gracias, miss. Creo que no tenía ganas porque a veces no sé cómo compartir lo que siento. Pero hoy... fue divertido" - admitió, mirándola por fin a los ojos.
"Juan, está bien sentirse de distintas maneras. A veces, hablar o jugar puede ayudarte a liberar esos sentimientos" - le respondió ella con una sonrisa cálida. "Siempre puedes hablarme si lo necesitas".
Desde ese día, Juan aprendió que no siempre tenía que entrar al colegio de mal humor. Cada vez que se sentía un poco raro, recordaba sus globos y cómo, aunque a veces no quisiera, podía abrirse a sus amigos y a la señorita Ana. Así, descubrió que tenía un pequeño secreto: a veces, solo necesitaba un poco de color y compañía en su día.
El mal humor se fue apagando como un globo que se desinfla lentamente, y las risas, como el aire, llenaban su corazón cada mañana al entrar al colegio. Juan se convirtió en el niño que siempre llevaba una sonrisa, recordando que jugar y compartir eran las mejores maneras de seguir adelante cada día. Y así, en su rincón en el aula, siempre había un espacio para los globos y un montón de nuevas historias por contar.
FIN.