El secreto de la amistad en la playa



Tábata era una adolescente de 17 años, amante de la playa y las olas. Sin embargo, últimamente se sentía un poco agobiada. Su hermanito, Martín, de 8 años, era hiperactivo y siempre quería jugar y correr por toda la casa, lo que la volvía loca. Por las mañanas, cuando Tábata quería dormir un poco más, Martín ya estaba listo para comenzar el día. Esto provocaba que pelearan a menudo, lo que ponía de los nervios a su mamá. A pesar de todo, tenían dos adorables perritas, Mora y Luna, que alegraban sus días.

Una tarde, la mamá de Tábata les dijo: "Chicos, mañana iremos a la playa. Necesitamos unas vacaciones juntos para relajarnos y disfrutar en familia, ¿les parece?" Ambos se emocionaron con la idea.

Al llegar a la playa al día siguiente, Tábata y Martín corrieron hacia el mar. Mora y Luna, acompañándolos, saltaban felices. Sin embargo, Tábata, preocupada, le dijo a su mamá: "No sé si esto funcionará, ¿cómo podemos llevarnos bien si siempre peleamos?". Su mamá le sonrió y le dijo: "Vamos a intentar algo. Hoy cada uno va a tener su propio espacio y también un momento para compartir juntos."

Tábata, sorprendida, observó cómo su mamá les asignaba un lugar para jugar y otro para descansar. Mientras que Martín disfrutaba con la arena y las palas, Tábata se relajaba leyendo bajo la sombrilla. Por la tarde, se reunieron para construir un gran castillo de arena y pasear por la orilla. Tábata se sorprendió al descubrir lo divertido que podía ser compartir tiempo con su hermano, y Martín, a su vez, valoró tener un momento para jugar sin que su hermana lo retara. Aquel día, la playa se convirtió en su refugio donde aprendieron a disfrutar juntos.

De regreso a casa, Tábata se dio cuenta de que, a pesar de sus diferencias, podían encontrar la armonía si cada uno respetaba los gustos y espacios del otro. Con el tiempo, tanto Tábata como Martín aprendieron a convivir en armonía, y sus peleas se redujeron considerablemente. Descubrieron que la clave para llevarse bien era entender y respetar las diferencias del otro, tal como lo habían hecho en la playa. Y así, entre risas y juegos, la familia encontró la fórmula mágica para la convivencia feliz.

FIN.

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