El secreto de la bruja Wanda


Había una vez, en un lugar mágico de la Edad Media, una bruja llamada Wanda que era conocida por su bondad y sabiduría.

Vivía en lo profundo del bosque, en una cabaña encantada rodeada de árboles centenarios y flores de colores brillantes. Wanda era amiga de todas las criaturas mágicas que habitaban el bosque.

Había hadas traviesas que bailaban alrededor de las flores, duendes juguetones que escondían tesoros bajo las raíces de los árboles y unicornios majestuosos que trotaban por los prados con sus crines brillando a la luz del sol. Un día, un grupo de niños curiosos se adentró en el bosque y se encontraron con la cabaña de Wanda.

Fascinados por la magia que emanaba del lugar, decidieron llamar a la puerta. "¡Hola! ¿Hay alguien ahí?"- preguntó Valentina, la más valiente del grupo. La puerta se abrió lentamente y allí estaba Wanda, con su sombrero puntiagudo y su sonrisa cálida.

"¡Bienvenidos, pequeños viajeros! Soy Wanda, la bruja buena del bosque. ¿En qué puedo ayudarlos?"- dijo con amabilidad.

Los niños le contaron lo emocionante que les resultaba descubrir ese lugar lleno de magia y le pidieron a Wanda que les enseñara más sobre las criaturas mágicas del bosque. Wanda asintió con alegría y les invitó a acompañarla en un paseo por el bosque encantado. Mientras caminaban entre los árboles centenarios, les fue explicando sobre cada ser mágico que habitaba allí.

Les habló sobre las hadas traviesas, quienes eran guardianas de la naturaleza y les enseñaban a respetar todas las formas de vida.

También les contó acerca de los duendes juguetones, quienes protegían los secretos del bosque pero disfrutaban hacer travesuras inofensivas a los despistados viajeros. Finalmente llegaron a un claro donde pastaban tranquilamente unos unicornios blancos como la nieve. Los niños no podían creer lo que veían: criaturas tan bellas solo vistas en cuentos fantásticos.

"¿Son reales? ¿Podemos acercarnos?"- preguntó Lautaro emocionado. Wanda asintió con ternura y los unicornios se acercaron curiosos a los niños, dejándoles acariciar sus suaves crines e incluso montarlos brevemente mientras reían emocionados.

Después de un día lleno de aventuras y aprendizaje sobre la magia del bosque encantado, los niños regresaron a sus hogares felices y llenos de historias para contar.

Y aunque muchos creyeron que todo había sido producto de su imaginación; ellos sabían que en algún rincón especial del mundo existía un lugar donde lo imposible se volvía posible gracias al poder mágico y bondadoso de La bruja Wanda.

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