El secreto de la calma
Había una vez un niño llamado Tomás, que estaba en cuarto grado de la escuela. Tomás era un niño muy inquieto y a veces se dejaba llevar por sus impulsos sin pensar en las consecuencias.
Un día, mientras jugaba en el recreo, Tomás tuvo una pelea con otro niño llamado Juan. La pelea comenzó porque ambos querían el mismo juguete para jugar.
Sin embargo, en lugar de dialogar y buscar una solución pacífica, Tomás perdió los estribos y le mordió la oreja a Juan. El dolor fue tan fuerte que Juan empezó a llorar y los maestros rápidamente intervinieron para calmar la situación.
Los maestros llevaron a Tomás hasta la dirección de la escuela para hablar con él sobre lo sucedido. La directora le explicó cómo sus acciones habían lastimado a Juan y cómo eso no está bien. Tomás sintió mucha vergüenza por lo ocurrido y se dio cuenta de que había actuado mal.
Mientras tanto, los padres de Tomás fueron llamados para reagarrarlo de la escuela. Cuando llegaron, estaban muy preocupados por su hijo pero también decepcionados por su comportamiento agresivo.
El papá de Tomás decidió tener una charla seria con él antes de llegar a casa. En el camino hacia casa, el papá le preguntó a Tomás qué había pasado exactamente en el recreo.
Con lágrimas en los ojos, Tomás explicó cómo se había dejado llevar por su enfado y había mordido a Juan sin pensar en las consecuencias. El papá sabía que tenía que enseñarle una valiosa lección a su hijo. Así que, en lugar de regañarlo más, decidió contarle una historia.
"Tomás, ¿sabías que los animales también se pelean entre sí? A veces, cuando están asustados o enojados, muerden para defenderse. Pero nosotros, como seres humanos inteligentes, tenemos la capacidad de resolver nuestros problemas sin recurrir a la violencia.
Morder a alguien no es la solución". Tomás escuchaba atentamente las palabras de su papá mientras caminaban por el parque cerca de su casa.
El papá continuó: "Cuando estamos molestos con alguien, lo mejor es hablar y tratar de entender cómo se siente esa persona. Podemos buscar un acuerdo o pedir ayuda a un adulto si no podemos resolverlo por nuestra cuenta".
El niño reflexionó sobre las palabras de su papá y se dio cuenta de que había cometido un error grave al actuar violentamente. Prometió hacer todo lo posible para controlar sus impulsos y aprender a resolver los conflictos pacíficamente.
A partir de ese día, Tomás comenzó a practicar técnicas para controlar su ira y expresarse adecuadamente cuando tenía problemas con otros niños. Aprendió a escuchar activamente y buscar soluciones juntos en lugar de dejarse llevar por la agresión. Con el tiempo, Tomás se convirtió en un niño más tranquilo y amable con sus compañeros.
La historia del mordisco en la oreja quedó atrás como una lección importante que lo ayudó a crecer y convertirse en una mejor persona.
Y así fue como Tomás aprendió que nunca es tarde para cambiar nuestras acciones negativas y encontrar formas positivas de resolver los conflictos. Todos cometemos errores, pero lo importante es aprender de ellos y hacer todo lo posible para enmendar nuestras acciones.
FIN.