El Secreto de la Curva



En un pequeño pueblo, donde las calles eran adoquinadas y los árboles daban sombra durante el verano, vivían cinco amigos: Tomás, Sofía, Benjamín, Martina y Lucas. Cada tarde se reunían en el parque a jugar, pero un día, mientras exploraban detrás de una curva del sendero, encontraron algo inesperado.

- ¡Miren eso! - exclamó Benjamín, señalando una piedra brillante que sobresalía del arbusto.

- ¡Nunca había visto algo así! - dijo Sofía, acercándose con cautela.

- ¿Qué será? - se preguntó Tomás.

Cuando lo tocaron, la piedra comenzó a brillar intensamente y, de repente, un extraño héroe apareció ante ellos. Tenía una capa azul ondeando al viento y una máscara que cubría su rostro.

- ¡Hola, pequeños exploradores! Soy el Guardián de la Curva - dijo el héroe con voz profunda. - He estado esperando que lleguen.

Los niños se miraron, asombrados pero también emocionados.

- ¿Qué haces aquí? - preguntó Martina.

- He venido a pedirles ayuda. Hay un malvado que se ha disfrazado de adulto en el pueblo y está tratando de robar la alegría de los niños - explicó el Guardián.

- ¿Cómo vamos a ayudar? - preguntó Lucas, un poco asustado.

- Deben descubrir quién es, pero para eso necesito que sean valientes y astutos. ¡Lo que tienen que hacer es saber escuchar y observar! - dijo el héroe.

Así, el Guardián les dio una pista: el malvado siempre hablaba de manera que hacía que los demás se sintieran inseguros. Con esa información, los cinco amigos comenzaron su investigación.

Primero decidieron ir a la heladería.

- ¡Hola! - dijo el dueño con una gran sonrisa. - Les traigo el mejor helado del mundo.

Los niños se miraron con desconfianza.

- Suena demasiado bueno para ser verdad - murmuró Benjamín.

Entonces, el Guardián apareció de nuevo.

- Recuerden, escuchen bien. ¿Cómo habla?

De repente, se dieron cuenta de que el dueño de la heladería nunca dejaba que dijeran qué helado preferían.

- Creo que es él - dijo Sofía.

- Pero, ¿qué haremos?

- Necesitamos confrontarlo - respondió Tomás.

- Pero solo lo haremos con sus palabras, no con maldad.

Los amigos se acercaron al dueño.

- ¿Por qué no nos dejas elegir nuestro sabor? - preguntó Martina.

- Porque ustedes sólo deben disfrutar, ¡yo sé lo que es mejor para ustedes! - respondió el hombre.

- ¡No! - insistieron los niños al unísono. - Queremos decidir. La alegría está en elegir y disfrutar de lo que nos gusta.

El dueño se quedó en silencio, notando que lo que decía no resonaba con el espíritu alegre del pueblo.

- Tal vez tengan razón - asintió lentamente. - Nunca pensé en lo que ustedes querían.

El Guardián sonrió desde la distancia y los niños sintieron que estaban en el camino correcto.

Pero aún no era suficiente. Siguieron buscando al malvado. Se adentraron al parque donde encontraban a un hombre que siempre decía cosas negativas.

- Los niños nunca deberían estar aquí, sólo hacen ruido.

- ¡Él también! - exclamó Lucas.

En ese momento, el Guardián apareció nuevamente.

- ¡Muy bien hecho, ahora confronten también a este personaje!

Con valentía, los cinco amigos se acercaron al hombre.

- No queremos escuchar cosas tristes.

- La vida es divertida si sabemos jugar y ser felices - dijo Sofía.

El hombre, sorprendido, comenzó a reír.

- ¡Nunca pensé que los niños pudieran ser tan valientes!

Finalmente, el Guardián sonrió orgulloso y con su mano levantada, dijo:

- Ustedes han encontrado al malvado, pero también han descubierto la alegría que reside en cada uno de ustedes.

- ¡Sí! - gritaron todos al unísono.

- Vamos a disfrutar de cada día y a compartir nuestra risa - concluyó Martina.

El Guardián se despidió, dejándoles la piedra brillante como símbolo de su valentía y amistad.

Desde ese día, los cinco amigos aprendieron que la verdadera alegría venía de ser valientes, observar con atención y no dejarse influenciar por quienes no compartían su luz. Y con ese secreto, cada curva del camino se convirtió en una nueva aventura y un nuevo desafío.

FIN.

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