El secreto de la lámpara mágica


Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, un joven llamado Javier Gonzaléz Huesca. Javier era conocido por ser tranquilo y paciente, siempre mantenía la calma en cualquier situación que se presentara.

Además, era humilde y responsable, nunca le temía a asumir las consecuencias de sus acciones. Un día, mientras paseaba por el bosque cercano al pueblo, Javier encontró una vieja lámpara mágica.

Al frotarla con curiosidad, de repente apareció un genio que le dijo:- ¡Hola! Soy el genio de la lámpara y como recompensa por liberarme, te concederé tres deseos. Javier no podía creerlo, pero en lugar de pedir riquezas o poder, decidió pedir algo diferente.

Su primer deseo fue:- Quisiera tener la capacidad de ayudar a los demás de la mejor manera posible. El genio sonrió y concedió su deseo.

A partir de ese momento, Javier adquirió una gran habilidad para encontrar soluciones a los problemas de las personas que lo rodeaban. Un día, el alcalde del pueblo acudió a él con una difícil situación: un puente importante se había derrumbado y necesitaban reconstruirlo lo antes posible para que los habitantes pudieran cruzar el río.

Sin dudarlo, Javier se puso manos a la obra y con paciencia y determinación logró coordinar a todos los vecinos para reconstruir el puente en tiempo récord. Su segundo deseo fue:- Quisiera tener la sabiduría para tomar decisiones correctas en todo momento.

Nuevamente, el genio cumplió su deseo y desde entonces Javier pudo guiar al pueblo con sensatez y prudencia en cada elección importante que debían hacer. Finalmente, llegó el momento de su tercer deseo.

Después de pensarlo detenidamente, Javier dijo:- Genio, mi último deseo es renunciar a mis dos deseos anteriores. Prefiero seguir siendo quien soy: tranquilo, paciente, humilde y responsable. No necesito nada más.

El genio quedó sorprendido por la nobleza de Javier y decidió concederle un último regalo como reconocimiento por su bondad. Le otorgó autonomía sobre sí mismo aún mayor; ahora tenía la capacidad de influir positivamente en aquellos que lo rodeaban sin necesidad de ningún deseo mágico.

Desde ese día en adelante, Javier siguió viviendo en Villa Esperanza siendo un ejemplo para todos. Demostrando que no hace falta magia ni poderes extraordinarios para hacer del mundo un lugar mejor; solo se necesita ser uno mismo: tranquilo, paciente, humilde, responsable vividor además teniendo autonomia.

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