El secreto de la liebre blanca


Había una vez en un pequeño pueblo de la Patagonia argentina, un niño llamado Mateo. Mateo era muy curioso y aventurero, le encantaba explorar los bosques nevados que rodeaban su casa.

Un día, mientras jugaba cerca de un lago congelado, una ráfaga de viento frío lo sorprendió y comenzó a sentir cómo el frío abarcaba su cuerpo. Mateo temblaba sin parar y se dio cuenta de que estaba en peligro.

A pesar del miedo que sentía, recordó lo que su abuelita le había enseñado sobre cómo mantenerse seguro en situaciones como esa. Con valentía, decidió seguir sus consejos y buscar refugio.

Corrió hacia un árbol cercano y se acurrucó debajo de sus ramas para resguardarse del viento helado. Cerró los ojos con fuerza y pensó en cosas cálidas para tratar de entrar en calor. Pero el frío seguía ahí, parecía no querer irse. En ese momento, apareció una liebre blanca saltando por la nieve.

Se acercó a Mateo y le dijo: "Hola amiguito, veo que estás temblando de frío. ¿Por qué no vienes conmigo? Sé un lugar donde podemos calentarnos juntos".

Sin dudarlo, Mateo siguió a la liebre blanca hasta una cueva escondida detrás de unas rocas. La cueva estaba iluminada por pequeñas velas y en el centro ardía una fogata que emitía un calor reconfortante. "¡Gracias por traerme aquí! Estoy mucho mejor ahora", exclamó Mateo emocionado.

La liebre blanca sonrió y le dijo: "Siempre es importante recordar las lecciones de nuestros mayores y buscar ayuda cuando la necesitamos. El trabajo en equipo nos hace más fuertes".

Desde ese día, Mateo aprendió a respetar al frío pero también a cuidarse cuando este amenazara su bienestar. Siempre recordaría aquella experiencia como una muestra de valentía y solidaridad entre amigos inesperados.

Y así, entre risas y cuentos junto a la amable liebre blanca, Mateo comprendió que nunca más estaría solo frente al frío si sabía pedir ayuda y confiar en aquellos que estaban dispuestos a tenderle una pata amiga.

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