El secreto de la lluvia
En un pequeño pueblo rodeado de verdes colinas y prados florecientes vivía una niña llamada Rut Noemí.
Rut era una niña curiosa y valiente, pero tenía un gran miedo a los truenos que retumbaban en el cielo durante las tormentas. Sin embargo, lo que más le apasionaba era la lluvia. Le encantaba observar cómo las gotas caían del cielo y danzaban sobre el techo de su casa.
Una tarde de primavera, mientras Rut jugaba en el jardín, comenzó a escucharse el sonido lejano del trueno acercándose poco a poco. Rut sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, pero decidió enfrentar su miedo y quedarse afuera para disfrutar de la lluvia que se aproximaba.
Las primeras gotas empezaron a caer lentamente, como susurros del cielo. Rut levantó la mirada hacia las nubes grises y sonrió maravillada al ver cómo las gotas bailaban alrededor suyo.
De repente, un trueno retumbó con fuerza, haciendo temblar el suelo bajo sus pies. Rut cerró los ojos con fuerza y respiró hondo para calmar sus nervios. "No tengas miedo, Rut Noemí", dijo una voz suave detrás de ella.
Rut se giró sorprendida y vio a una anciana con largos cabellos plateados que brillaban como la luna en una noche estrellada. "¿Quién eres?" preguntó Rut con curiosidad. La anciana sonrió con ternura y respondió: "Soy Luna, la guardiana de la lluvia.
He visto tu amor por las gotas que caen del cielo y tu valentía al enfrentar tus miedos". Rut abrió los ojos emocionada al escuchar esas palabras tan reconfortantes. "¿Podré contar todas las gotas que caen en esta lluvia?" preguntó Rut emocionada.
Luna asintió con una sonrisa comprensiva y dijo: "Si logras abrir tu corazón a la magia de la lluvia, podrás sentir cada gota como si fuera única e incontable".
Rut asintió decidida y cerrando los ojos dejó que la lluvia mojara su rostro mientras extendía los brazos hacia el cielo. Sintió cada gota acariciar su piel como besos del universo y supo en ese instante que no necesitaba contarlas para entender su belleza infinita.
A partir de ese día, Rut Noemí perdió el miedo a los truenos sabiendo que eran solo voces poderosas del cielo. Y cada vez que llovía, recordaba las palabras sabias de Luna y se sumergía en la magia de las gotas danzantes sin preocuparse por contarlas nunca más.
FIN.