El secreto de la luna
Era una noche oscura y estrellada, y Erik, un niño curioso y valiente, decidió aventurarse en el bosque cerca de su casa. Siempre había oído cuentos sobre criaturas misteriosas que habitaban en la espesura, pero su espíritu aventurero lo empujó a explorar. Sin embargo, lo que comenzó como una emocionante expedición se convirtió rápidamente en una pesadilla.
Mientras caminaba, Erik se dio cuenta de que se había perdido. El bosque, lleno de susurros y sombras, parecía cobrar vida a su alrededor. Se comenzó a sentir inquieto, cuando de repente una luz suave y plateada iluminó el camino. La luna, llena y brillante, se asomaba entre las copas de los árboles.
De pronto, un escalofrío recorrió su cuerpo. Erik sintió que algo extraño sucedía dentro de él. No sabía que ese brillo lunar tan especial haría que se transformara en un hombre lobo. A medida que su cuerpo cambiaba, una mezcla de miedo y curiosidad lo inundó. No era alguien a quien le gustara asustar a los demás.
"¿Qué me está pasando?" murmuró, tocándose el rostro. Justo cuando estaba a punto de entrar en pánico, escuchó un aullido a lo lejos.
El niño temía lo que había sido, temía que su familia lo rechazara. Como hombre lobo, se imaginaba el dolor en sus miradas. "No pueden verme así. No me van a querer", pensó mientras corría por el bosque intentando encontrar el camino a casa.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Erik llegó a su hogar. Con el corazón latiendo en su pecho, se asomó cautelosamente a la ventana. Desde adentro, escuchó risas y murmullos familiares. Se llenó de valentía y decidió entrar.
Al abrir la puerta, encontró a su familia reunida. Su madre, su padre y su hermana estaban sentados alrededor de la mesa, justo cuando la luna pronunciaba su esplendor.
"¿Erik?" preguntó su madre con sorpresa al verlo. "Te estábamos esperando". Su voz era suave y llena de amor.
"Mamá... yo..." tartamudeó Erik, todavía confundido y asustado por su nueva apariencia.
"Tranquilo, hijo, no te preocupes", lo interrumpió su padre. "¿Acaso pensabas que no notaríamos tu transformación?" Erik se quedó helado, sin entender.
"¿Ustedes saben? ¿Son como yo?" preguntó, con la esperanza de encontrar respuestas.
"Querido, en nuestra familia todos somos hombres lobo", confirmó su madre con una sonrisa. "Es un don que se manifiesta en la luna llena. No tienes por qué temer, Erik. Estamos aquí para cuidarte".
Erik sintió un alivio y una calidez en su corazón. La familia le explicó que ser un hombre lobo no era algo de lo que avergonzarse, sino un regalo que debían aprender a controlar y utilizar. Con cada luna llena, podían unir fuerzas y ayudar a la naturaleza en sus aventuras.
"¡De verdad! ¿Podemos aullar juntos?" preguntó Erik emocionado.
"¡Claro que sí!" exclamó su hermana, y toda la familia se unió en un aullido melodioso que resonó en el bosque.
Desde esa noche, Erik descubrió su nuevo camino. Aprendió que cada transformación era una oportunidad para fortalecer sus lazos familiares y comprender la importancia de aceptar las diferencias. El miedo se desvaneció y el amor lo invadió. Juntos, Erik y su familia se convirtieron en guardianes de la noche, protegiendo a los que más amaban y viviendo grandes aventuras bajo la luna.
Y así, el niño que temía ser diferente, aprendió a abrazar su nueva identidad, descubriendo que a veces lo que más tememos, puede ser lo que más nos une.
Erik se dio cuenta de que, al final, lo más importante no era ser igual a los demás, sino encontrar siempre un lugar donde se sintiera amado y aceptado.
FIN.