El Secreto de la Luz



En el pequeño pueblo de Tuxpan, Jalisco, los niños esperaban con ansias el día más especial de la semana: los viernes. No porque fuera el último día de clases, sino porque cada viernes, a las 6 de la tarde, sucedía algo mágico en la parroquia de San Juan Bautista. La leyenda decía que cada vez que la luz del sol tocaba el campanario, el espíritu del viejo farero, don Manuel, despertaba y compartía un secreto especial con todos los que se acercaban.

Ese viernes, Clara, una niña de pelo rizado y ojos brillantes, llegó temprano junto a sus amigos, Lucas y Sofía.

"¿Creen que hoy se revelará el secreto de la luz?" preguntó Clara, emocionada.

"Siempre dicen que puede ser un nuevo juego o un gran misterio", respondió Lucas.

"O tal vez una aventura infinita!" agregó Sofía.

Los tres amigos se acomodaron en el banco de madera frente a la parroquia, observando cómo el sol comenzaba a descender. Cada minuto que pasaba, la emoción crecía en el aire. Finalmente, el sol tocó el campanario y una luz brillante se desató, llenando la parroquia de destellos dorados.

Con un destello, el espíritu de don Manuel apareció, con su famosa gorra de farero y una gran sonrisa.

"¡Hola, pequeños! ¿Listos para conocer el secreto?" dijo con voz amigable.

Clara, Lucas y Sofía asintieron, llenos de curiosidad.

"Hoy les revelaré el secreto de la luz. Esto no es solo magia, sino la importancia de la amistad y la creatividad. ¡En cada uno de ustedes hay una luz que puede brillar mucho más!"

Los niños escucharon atentamente, hasta que don Manuel continuó.

"Pero, hay un desafío. Deben encontrar tres objetos en el pueblo y traerlos aquí antes de la puesta del sol. Luego, juntos, los transformaremos en algo sorprendente. ¿Aceptan?"

"¡Sí! ¡Lo haremos!" gritaron todos a la vez, entusiasmados.

Don Manuel les dio un mapa antiguo, y los niños se separaron para comenzar la búsqueda. Clara decidió buscar una piedra mágica en la colina, Lucas se dirigió a la fuente del pueblo en busca de una flor especial, y Sofía planeaba encontrar un objeto olvidado en el mercado.

Mientras buscaban, se encontraron con varios obstáculos. Clara, al escalar la colina, se dio cuenta de que tenía miedo de caer.

"Si tan solo fuera más valiente..." susurró para sí misma. Pero recordó las palabras de don Manuel sobre la luz de la amistad. Llamó a Lucas:

"¡Ayúdame, necesito tu apoyo!"

"¡Voy!" respondió él, y juntos lograron alcanzar la cima.

Lucas, en su búsqueda, encontró una flor hermosa, pero notó que estaba llena de espinas.

"¡Ay, estas espinas son un problema!" se quejaba. Entonces se acordó de Sofía y decidió compartir su hallazgo.

"¡Sofía, ven aquí! Tal vez puedes ayudarme con estas espinas!"

"¡Claro!" dijo Sofía, y juntas lograron cosechar la flor sin lastimarse.

Finalmente, Sofía fue al mercado donde encontró una antigua caja que parecía no tener valor.

"¿Qué es esto?" se preguntó, pero al abrirla, descubrió que estaba llena de papeles de colores.

"¡Esto puede ser útil!" pensó, llevándola consigo.

Cuando el sol empezó a ponerse, todos regresaron a la parroquia con sus hallazgos.

"Esto fue más difícil de lo que pensé, pero lo logramos juntos!" comentó Clara.

"¡Y lo mejor es que todos tenemos algo especial!" agregó Lucas, mostrando su flor.

"No olviden que lo que importa es cómo los usen", recordó Sofía con su caja de colores.

Don Manuel sonrió.

"Ahora, juntos, usen su creatividad e imaginen qué pueden crear con estos tesoros. Recuerden: la luz de la amistad puede transformar cualquier cosa."

Y así, los niños pasaron la tarde iluminando la parroquia con destellos de colores, creando una hermosa mural en el patio con los papeles de colores, decorando la flor y la piedra mágica con lo que habían encontrado.

Al finalizar la tarde y al despedirse, Clara sonrió y dijo:

"¡Esta fue la mejor aventura! No solo encontramos cosas, sino que además nos ayudamos unos a otros. Eso es lo más valioso."

"¡Sí! ¡Las luces de nuestra amistad son más brillantes juntos!" exclamó Lucas.

"Y este es el verdadero secreto de la luz, ¿no?" concluyó Sofía.

Don Manuel se despidió, regresando a su mundo, dejando una chispa de luz en el corazón de los niños. Desde ese día, cada viernes, los niños de Tuxpan no solo esperaban la aparición de don Manuel, sino también nuevas aventuras que compartir y la mágica luz de la amistad que los unía.

FIN.

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