El Secreto de la Mermelada Mágica



En un pequeño pueblo de Argentina, había una niña llamada Sofía. Sofía era muy curiosa y le encantaba explorar su entorno. Un día, mientras jugaba en el jardín de su abuela, encontró un frasco antiguo lleno de una mermelada de color rojo brillante.

- ¿Qué será esto? - se preguntó Sofía, sosteniendo el frasco con cuidado.

Su abuela, Doña Elena, la vio desde la ventana y se acercó.

- Eso, querida, es una mermelada mágica. ¡Ten mucho cuidado con ella! - advirtió Doña Elena.

- ¿Mágica? - exclamó Sofía, con los ojos llenos de asombro. - ¿Qué hace?

- Cada cucharada que comes te otorga un secreto - explicó su abuela. - Pero debes elegir bien quién se lo contarás, porque algunos secretos son muy poderosos.

Sofía, intrigada, suspiró:

- ¡Quiero saber los secretos!

- Hay secretos que son divertidos y otros que pueden hacer daño si se cuentan de manera incorrecta. Por ejemplo, si le digas a alguien que no le gusta a otro, eso puede herir. - le dijo Doña Elena mientras acariciaba su cabello.

Entonces Sofía decidió probar una cucharada de mermelada. Al instante sintió una chispa de alegría.

- ¡Tengo un secreto! - gritó. - ¡Soy la mejor en matemáticas!

- Eso es algo bueno, Sofía. Puedes compartirlo con tus amigos para animarlos - sugirió su abuela.

Así, en los días siguientes, Sofía siguió probando la mermelada. Por cada cucharada, se le revelaban secretos divertidos.

- Un día, mientras jugaba en el parque con sus amigos, Sofía les dijo:

- ¡Sé algo increíble! ¡El pato del lago tiene un nombre! Se llama Pachito. -

Los amigos, sorprendidos, comenzaron a reírse y a jugar con el pato, que se volvió el centro de atención.

Sin embargo, también había un secreto que la preocupaba. Un día, su amigo Tomi le confesó:

- A veces no sé cómo jugar al fútbol y me da miedo que se rían de mí. -

Sofía, recordando las palabras de su abuela, decidió guardar ese secreto. Ella no iba a contarlo a nadie, porque entendía que ese secreto era un motivo de miedo para Tomi, y no quería herirlo.

Pero, en su corazón, sabía que debía ayudar a su amigo. Así que se le ocurrió una idea.

- Tomi, ¡te propongo algo! Practiquemos juntos. A cada gol que hagamos, podremos contar un secreto feliz. -

Tomí sonrió, aliviado.

- ¡Eso suena genial, Sofía!

Los días pasaron y, mientras practicaban, Sofía le contaba sus secretos felices, y Tomi comentó que, aunque le costaba, se sentía cada vez más seguro.

Un día, después de ganar un partido, Tomi acercó a Sofía.

- Gracias, Sofía. Ahora entiendo que los secretos pueden ser un poco como la mermelada: a veces son dulces, pero otros pueden ser amargos si los compartimos sin pensarlo bien.

Sofía asintió, contenta de haber elegido los momentos y las palabras adecuadas.

- Exacto, Tomi. Aprendí que hay secretos que son para guardar y otros para compartir. -

Doña Elena observó a su nieta desde lejos, sintiéndose orgullosa de cómo había manejado la situación.

- Y recuerda, mi niña, siempre es importante hacer sentir a los demás felices y apoyarlos, como con la mermelada.

Desde ese día en adelante, Sofía y sus amigos se volvieron inseparables, siempre compartiendo sus secretos felices, pero cuidando los secretos de aquellos que necesitaban más apoyo.

Y Sofía, con cada cucharada de su mermelada mágica, entendió que los secretos se vuelven poderosos cuando se manejan con cuidado, sabiduría y, sobre todo, felicidad.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!